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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Debate sin tiros

El desconcierto sobre el proceso de paz en el País Vasco es grande; tanto como el que hubo en su día en Irlanda. Ahora hay una declaración de ETA en la que parece que dice, pero no acaba de decir, que está dispuesta a defender en adelante sus ideales de manera pacífica. Es mucho, aunque no está aún lejos de la paz.Para llegar a ese punto, algunos partidos han renunciado a su propio punto de vista -el autonomismo, en diferentes modalidades- para adoptar uno más próximo a aquel en nombre del cual ETA ha considerado legítimo asesinar a 559 personas con posterioridad a la aprobación del Estatuto de Gernika. Básicamente, que existe una voluntad vasca claramente expresada en torno al principio de soberanía que las instituciones no respetan. ETA exige ahora a esos partidos que sean consecuentes con el acuerdo de Estella y rompan relaciones con quienes no lo han suscrito, a los que define sumariamente como fuerzas "que tienen por objetivo la desaparición de Euskadi".

Pero si el PNV es consecuente con Lizarra dejará de serlo con todos sus otros compromisos, incluyendo el pacto plasmado en el estatuto que le ha permitido gobernar durante 18 años. Y ahora mismo no podría formar Gobierno más que con el apoyo del partido que ha sido durante estos años el brazo político de ETA. La papeleta del PNV es peliaguda, y tal vez ello explique el tono exaltado de algunos de sus dirigentes: no es fácil sostener a la vez el discurso de la gobernabilidad y el de Lizarra.

Pero no menos complicada es la posición de los socialistas vascos, que se fueron del Gobierno de Ardanza por la proclividad de sus socios nacionalistas a pactar con HB a sus espaldas, en contra de los principios de Ajuria Enea, y que ahora no saben si volver, como les ofrece Ibarretxe, o quedarse en la oposición, con el riesgo de potenciar aún más el papel de HB (ahora EH). En su último congreso, los socialistas de Euskadi aprobaron como condición para futuras alianzas la existencia de una política de pacificación pactada. Era su forma de presionar contra las iniciativas unilaterales del PNV destinadas a convencer a ETA, mediante concesiones políticas, de que decretara una tregua. Una vez que la tregua existe, esa objeción carece de sentido. Pero, simétricamente, también ha perdido fundamento la principal pega del PNV y EA a la Mesa de Ajuria Enea: su inmovilismo en la búsqueda de acuerdos con ETA-HB para desbloquear la situación.

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Existe, por tanto, la posibilidad de un Gobierno estable y heterogéneo, como ha venido ofreciendo Ibarretxe durante toda la campaña. Pero el líder de EH, Otegi, ya ha dicho que eso sería traicionar el sentido del pacto de Estella, y ETA lo ha reafirmado en términos más amenazantes en su segundo -y espantoso- comunicado. Sin embargo, la Asamblea del PNV ha decidido respaldar como primera opción la de Ibarretxe, aunque sin excluir la otra. Lo que no parece realista es supeditar la participación de los socialistas a su acercamiento al pacto de Estella, como pretenden algunos nacionalistas, o al abandono por parte del PNV (y EA) de ese pacto, como pretenden algunos socialistas. Las divergencias son evidentes, y los resultados de las elecciones no las han zanjado, como insinúa ETA en la parte más temeraria de su comunicado.

Pero si se confirma que ETA renuncia definitivamente a convencer a tiros, los problemas planteados en Estella -incluido el de que todo debe decidirse en el ámbito vasco, lo cual no deja de ser una posición entre otras- podrían ser objeto de debate entre todos los partidos vascos, incluido el que hasta ahora ha sido brazo político de los terroristas. Lo de menos es que ese foro siga llamándose de Ajuria Enea, siempre que quede claro que todos los participantes renuncian a sacar ventaja política de la violencia -o de su cese- y que las instituciones existentes están legitimadas democráticamente. ETA carece de legitimidad para erigirse en el árbitro que decide cuándo se ha "agotado" la vía del estatuto y si su propio proyecto soberanista, o lo que sea, avanza lo suficiente como para no volver a poner bombas en los supermercados.

Los que las pusieron están por ello en prisión. Contra lo que parece pensar ETA, que ni siquiera hace mención a sus presos, la paulatina liberación de éstos no es algo que esté concedido por adelantado. Sólo si existen plenas garantías de una renuncia clara y definitiva a las armas podrá iniciarse el complicado proceso de indultos y demás medidas legales que plasmen el principio de paz por presos. Hacérselo comprender a ETA y a sus propios seguidores será una de las pruebas de la madurez democrática de los nuevos dirigentes de Herri Batasuna

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