México sin fronteras
La noche más latina. Chavela Vargas, Joaquín Sabina, Lucrecia, Víctor Manuel y Rancapino. Velódromo Luis Puig. Valencia, 5 de noviembre.Veinticinco años después de la muerte de José Alfredo Jiménez, el recuerdo del compositor y cantante mejicano presidió la velada del jueves en el Velódromo Luis Puig de Valencia. Sus apasionadas composiciones interpretadas por él o estrellas como Jorge Negrete, Pedro Infante, o Pedro Vargas, marcaron un punto de inflexión en la música popular mejicana. Fuera de las fronteras de México, muchas de esas canciones han llegado a convertirse en patrimonio universal por sus arrebatadas melodías o su capacidad de expresar sentimientos, más allá del culto al alcohol y el machismo que a veces destilaban. Cinco lustros después, canciones como Amanecí otra vez, La media vuelta o Que te vaya bonito siguen en el repertorio de cantantes de primera fila, como los que protagonizaron el concierto colectivo de Valencia, primero de una serie de cuatro a celebrar en Madrid, Barcelona y Bilbao. En cierto modo, era también un homenaje a su paisana, la legendaria Chavela Vargas, que ya grabó piezas de José Alfredo Jiménez en los años cincuenta y que, desde hace años presente en los escenarios españoles y siempre a punto de despedirse, fue una vez más el centro de atención escénica. Ella fue la encarnación de viva de José Alfredo Jiménez en la interpretación de Un mundo raro, En el último trago, Vámonos, Corazón corazón y Las ciudades pero, sobre todo, al cantar Gracias, la última ranchera que el compositor mejicano cantó antes de morir. Los restantes protagonistas del concierto abordaron la parte del repertorio del homenajeado que les tocó en suerte con diferente fortuna. Joaquín Sabina buscaba el tono y estilo idóneo hasta encontrarlo en Llegó borracho el borracho, una de esas canciones fuertes y emblemáticas por la que en su día Jiménez fue acusado de apología del alcoholismo. Víctor Manuel supo adaptar las composiciones ajenas a su forma de cantar, pero la cubana Lucrecia fue más allá, cubanizándolas y explorando nuevas posibilidades de piezas que han conocido múltiples versiones, potenciando su calidez y lirismo. El cantaor flamenco Rancapino rizó el rizo, pasando la canción mejicana por el tamiz del fandango y la bulería, empresa arduo complicada que merece perseverar en el intento. Alternándose unos y otras como solistas o en duetos, y acompañados por un quinteto de cámara que se apoyaba en arreglos de corte jazzístico, mantuvieron el termómetro del concierto a una temperatura agradable hasta que al final se disparó en un claro cambio de registro. Un mariachi sustituyó al quinteto de cámara sobre el escenario y el cóctel de estrellas interpretó a una sola voz El rey, la más popular ranchera del músico mejicano. El efecto fue fulminante: el público se levantó de sus asientos y coreó los versos de la canción, actitud que se mantuvo a lo largo de los tres bises con que culminó el concierto. Tal es la fuerza de las cuerdas y los vientos cuando se habla de rancheras.
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