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"Vox populi"

Vivimos en una democracia curiosa. Los que no pertenecemos a ningún partido tenemos la impresión de que nuestro quehacer político se limita a votar cada cuatro años a unos diputados que no conocemos. Se nos dijo en su momento que los artífices de la Constitución otorgaron la confección de listas a los partidos para que no recayera en los caciques que dominaban las zonas más depauperadas de la Península. Y así se hizo.Pero han pasado 20 años y ya van quedando menos caciques. En cambio la ciudadanía sigue echando de menos una relación más directa con el poder y la política.

De ahí que cuando hace unos meses Joaquín Almunia convocó las primarias, renació la esperanza en las filas de los socialistas, de sus votantes y de otros muchos ciudadanos. Por fin se había dado un paso que ampliaba la base democrática en la que se sustentaba la elección del candidato a presidente del Gobierno. No hay que olvidar que, desde hacía unos años, el desánimo se había apoderado de buena parte de ellos, sobre todo por la sangrienta operación de acoso y derribo a que se había sometido al anterior Gobierno desde círculos incondicionales a la oposición. Todo hace mella, como saben muy bien los autores de aquella desvergüenza, y buena parte de los ciudadanos, bien es cierto que muchos menos de los que cabía esperar como se demostró en las últimas elecciones, necesitaba ese soplo de vitalidad para continuar, necesitaba la señal de que su partido tenía los recursos suficientes para salir del atolladero porque los objetivos seguían siendo válidos, los dirigentes capaces de hacer frente a los nuevos problemas y el partido dispuesto a renovar sus métodos y sus candidatos.

Pero, como todo el mundo sabe, lo imprevisto vino a cruzarse en el camino de los estrategas de las primarias, y José Borrell, que en principio tenía muy pocas posibilidades, venció la prueba.

Pero ¿qué ocurrió? Algo incomprensible para los que no conocemos los entresijos del poder: el aparato del partido no lo aceptó. No del todo, por lo menos. Y el propio Almunia, que había dicho que si perdía dejaría el puesto de secretario general, se resistió, alguien esgrimió el fantasma de un nuevo congreso extraordinario -no se entiende por qué ese fantasma podía ser una amenaza-, y, de pronto, conversaciones, susurros, más conversaciones, y Almunia se queda.

Nadie tiene nada contra Almunia sino todo lo contrario, pero uno se pregunta ¿qué hace un partido bicéfalo en la oposición? Él mismo, sabedor que una situación como la que estamos viviendo es un absurdo político, que la tradición del PSOE y de casi todos los partidos es que sea el candidato a la presidencia quien dirija la Secretaría General, se había definido ya. Pero aun así se quedó. ¿Por qué cambió de opinión Almunia? ¿Por el bien de quién lo hizo? ¿Qué se ganaba con esto si se exceptúa conjurar los peligros que, decían, comportaría el Congreso? Porque no se quedó sólo para dirigir el partido, una cuestión de orden interno que afecta menos directamente a la vida pública, sino para seguir ostentando la misma representación que tenía, y que hoy parece disputarle al candidato. No es probable que las bases votaran a Borrell para que compartiera la representación del PSOE con nadie, lo votaron para que los representara sin ayudas impuestas, como debe ser: solo.

Lo peor, con ser grave, no es que la oposición sea bicéfala, lo peor es, en primer lugar, que aquel entusiasmo de las primarias se va esfumando. Ni los votantes de Borrell ni los posibles votantes del PSOE están satisfechos, sólo lo están quienes abogaron por esa absurda solución salomónica que tampoco ha logrado separar las funciones de uno y de otro como se dijo. Segundo, se ha puesto en evidencia la distancia entre lo que hoy llamamos el aparato y las bases que parecen haberse acobardado, convencidas de que poco queda por hacer cuando intervienen elementos ajenos a su voluntad democrática. Y tercero que si Almunia no se ha limitado a un discreto cometido de secretario general, Borrell tampoco ha querido enfrentarse al aparato del partido para impedir que se lo sustituya en actos que sólo son de su incumbencia. Tal vez no sea así, pero así se ve desde fuera.

¿Que le amenazaban con un congreso extraordinario? Nada bueno ha traído consigo que no se celebrara, al menos habría aclarado las cosas. Tenemos una oposición dividida y debilitada, por mucho que nos quieran hacer creer que no es así, y un candidato atado de pies y manos por un sector del partido que no lo acaba de aceptar.

Es más, desde la periferia, que es donde estamos los ciudadanos de a pie, que ni tenemos voz ni voto en esos asuntos de partidos, ni apenas oportunidad de dar nuestra opinión y mucho menos de que se tenga en cuenta, se diría que ese sector no sólo no acepta del todo al candidato, sino incluso que preferiría perder estas elecciones que le darían el triunfo y todo el poder dentro y fuera del partido.

Yo me pregunto: ¿se han dado cuenta los próceres del PSOE de que no sólo las bases, sino la inmensa mayoría de sus votantes han caído en el derrotismo más acusado y en la más honda de las apatías?

En cuanto a Borrell, ¿por qué acepta esta situación? ¿Por qué no da el golpe de coraje que sus seguidores le están pidiendo, el mismo coraje del que hizo gala en las primarias? De seguir así, ¿qué posibilidades tiene de ganar los votos del electorado si no se le tiene en cuenta en la elección de candidatos, si se le sustituye en las entrevistas con el presidente de la nación, en los coloquios, en los mítines? Muy pocas. Los ciudadanos no son tontos, intuyen lo que ocurre y saben quién tiene y quién no tiene ese coraje.

Comprendo que desconozco los secretos del poder y de la política, sé que mi ignorancia en cuestiones de elecciones es infinita, que me son ajenos los afanes de unos y otros por mantener un puesto, un cargo, una audiencia, una representación y que es muy fácil dirimir los problemas desde la barrera, sobre todo cuando sus protagonistas son personas inteligentes y con años de experiencia en el manejo del poder en el partido. Pero aun así, creo que Borrell, apoyado como está por una mayoría, debería exigir mayor representatividad, qué digo mayor, toda la representación de su partido en la vida pública, que por esto ganó las primarias. De lo contrario, le va a ser muy difícil ganar las generales, y si no que se lo pregunten al partido en el Gobierno, que debe estar frotándose las manos de satisfacción.

Y considere el candidato que, si pierde, aunque quede claro que haya sido porque no supo hacerse con esta representación que por derecho le pertenece, habrá perdido su mejor oportunidad y nosotros con él, y será aquel sector de su propio partido quien lo haga responsable de la derrota.

Rosa Regás es escritora.

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