Recuperar el pasado
Belén y su hermana Noelia, escuchan a su abuelo aunque a veces no entiendan, no tengan tiempo o prefieran jugar con amigos en la calle. Lo que en principio parece un ejercicio de paciencia y pasividad, les acaba entusiasmando. "A nosotras nos encanta que el abuelo nos cuente historias de la guerra y de cuando él era joven. Nos reímos mucho con él", apuntan con orgullo. Lo de narrar y escuchar historias parece ser una actividad que engancha a quien lo prueba: a contadores y a receptores. El problema surge cuando no se tiene tiempo de, ni siquiera, probarlo alguna vez. Por este motivo, el Ayuntamiento de Laujar (Almería) ha organizado lo que debiera ser algo tan sano y natural como el mismísimo vino de la comarca: comunicación entre inocencia y senectud. Desde el miércoles y hasta ayer, con las jornadas denominadas Conoce a tu abuelo, las personas del pueblo de Laujar mayores de 60 años se reúnen en el camping-cortijo La Molineta con los niños del lugar, muchos de ellos sus nietos, por espacio de hora y media. La finalidad del encuentro no es otra que escuchar historias en boca de quienes las vivieron y el acercamiento entre jóvenes y mayores. "Como ya no tienen tiempo los niños, pues organizamos nosotros la actividad. Entre las clases particulares y de música, la televisión, los videojuegos y demás entretenimientos se pierden oportunidades de aprender tradiciones", explica la alcaldesa, María Teresa Vique. Ella hizo las veces de flautista de Hamelin para que niños y ancianos, impasibles los primeros y desmotivados los segundos, concurrieran a las afueras del pueblo encantados por la intriga de lo desconocido. Enseguida las historias madrileñas de Paco, El Palas, un hombre analfabeto de 62 años y audaz protagonista de las anécdotas que narra, levantaron la admiración y simpatía de los chavales. Ellos ríen a destajo cuando escuchan a Paco contar la forma que tenía de dar la indicación a los taxistas de la capital "para que no me tuvieran dando vueltas por ser de fuera y por no saber leer donde estaba". Cuatro palabras le bastaban al pícaro joven almeriense, allá por 1957, para que los profesionales del volante no descubrieran su ignorancia: "A la altura Telefunken", espetaba. Él insiste una y otra vez en que "todo es pura verdad". "Como cuando quise ir de Madrid a Alcorcón y, al no saber leer, me metí en el autobús de un equipo de fútbol que iba al estadio Moscardón. Me dijeron que me bajara y yo les dije que ni hablar, que me iba a perder y que yo no me bajaba hasta que me dejaran en la calle Antonio López, donde mi madre vivía", dice entre risas. "Tanta gracia les hizo que me regalaron una gorra blanca de su equipo", concluye. Los chavales ríen con Paco las calamidades de su vida que, sin él saberlo y sin saberlo los niños, mantienen vivo el pasado y conserva las tradiciones del pueblo, al menos en la memoria. Lo artificial de la situación -comunicación interpersonal entre habitantes de un mismo pueblo e incluso entre miembros de una misma familia motivada por un Ayuntamiento- queda en un segundo plano cuando el arte de contar va a la par con el de preguntar. Los chavales destapan su curiosidad con inquisitivas cuestiones: "¿En la guerra tú eras de los buenos o de los malos? ¿Por qué te fuiste a Madrid? ¿Nos vas a contar el cuento del burro que habla?" La jornada vivida esta semana en Laujar dota a los niños de una infancia más afortunada que la de sus mayores.
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