Muerte laboral
Un muchacho de 23 años, albañil, falleció en Sevilla el pasado día 24, al caer desde un andamio a la calle. Cinco metros le bastaron para romperse la vida. (Otro accidente semejante tuvo lugar el 26). Poco más decía la escueta noticia, arrinconada en un lugar ínfimo de los periódicos. Hay que comprenderlo. Esos días faltaron páginas para recoger, con todo esplendor, lo más nimio de una boda de cierto postín que, al parecer, tuvo lugar en esta verdadera ciudad de los prodigios. Uno es que no se entera bien de las cosas. Pero no siempre tiene la culpa. Por ejemplo, ¿cómo se llamaba el desdichado albañil? Imposible saberlo. La compresión de espacio informativo fue tal que sólo nos proporcionaron las iniciales: G.G.G. O quizás la norma periodística obliga en estos casos a ocultar el nombre del siniestrado. No entiendo por qué. Por qué no le alcanza ni siquiera el derecho a figurar con su nombre en las estadísticas del terror laboral. Por cierto, hacía el número 505 de los muertos en acción de guerra contra esta mortandad exclusiva de los pobres, en lo que va de año. (77 corresponden a Andalucía). A tempranas horas radiofónicas supimos también que España figura a la triste cabeza de la Unión Europea en esta índole de sucesos, y que van a más, no a menos. (En Andalucía han aumentado un 28%). El señor Pimentel, secretario de Estado para el Empleo, se quejaba y responsabilizaba a los empresarios españoles, que no acaban de enterarse de la fragilidad congénita que tienen los obreros para amargarnos los fines de semana, y que no ponen las obligadas medidas de seguridad. Se olvidaba de que también su Ministerio posee recursos para obligar con mayor contundencia. Pero el más grave de sus olvidos no fue ése, sino la relación directa que existe entre siniestralidad laboral y precariedad en el empleo. No es ninguna casualidad fatídica que estemos en esta cima del horror y del llanto, sino consecuencia de la tensión, el cansancio, los largos trayectos, etcétera. El perfil del siniestrado, dice la cruel estadística, es un muchacho de 25 a 35 años, con un contrato temporal. De eso, ni media palabra. Claro, sería como tirarse de cabeza del andamio de la negociación que por esos mismos días empezaba a romperse entre Trabajo y sindicatos, a propósito de un nuevo tipo de contrato basura que a los señores empresarios, manejando el guiñol por detrás de las bambalinas, se les ha ocurrido ahora. Pues es su deseo incluir una cláusula por la que cierto número de horas extraordinarias -llamadas eufemísticamente "complementarias"-, quedarían fuera del control de los convenios colectivos y a la entera liberalidad de los magnánimos empleadores, quienes verían así colmados sus mejores sueños: mano de obra barata, abundantísima y, sobre todo, dócil. A los contratos por un día, que ya existen, se añadirían ahora los de hasta doce horas por jornada, según les dé la liberalidad, y calladito, que ya sabes dónde está la puerta. Tamaño desafuero parece que está colmando el vaso de la paciencia de los sindicatos. Ya va siendo hora, que ése más que un vaso parece una piscina.
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