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LIBROS. LOS AUTORES PRESENTAN "MEMORIAS DE SOBREMESA" EN VALENCIA

Manuel Vicent y Rafael Azcona reivindican las tertulias carentes de pedantería en un libro

Ferran Bono

La idea se le ocurrió al editor cuando presenció algunas de las charlas que mantenían después de comer el escritor Manuel Vicent y el guionista Rafael Azcona durante el rodaje de Tranvía a la Malvarrosa. El encargo llegó a un amigo de ambos, el periodista Ángel S. Harguindey, y el proyecto se plasmó en el libro Memorias de sobremesa, tras una docena de tertulias. En él, Azcona y Vicent hablan de todo -de la vejez, de la globalización, del amor, de la vida- y cuentan numerosas y sabrosas anécdotas. La obra es también una reivindicación de las tertulias "no competitivas y carentes de pedantería" , convinieron los tres ayer, momentos antes de presentar el libro en Crisol.

El conocimiento mutuo y la sintonía entre los dos escritores es palpable. Ambos se interrumpen frecuentemente para completar una idea o hacer un comentario a propósito de cualquier tema, sin que por ello se produzca ninguna ruptura conversacional, como se diría en la lingüística moderna del análisis del discurso, sino más bien al contrario: la comunicación se nutre y sale beneficiada de este toma y daca. Un diálogo que se ha traducido en Memorias de sobremesa (EL PAÍS-Aguilar) y que dista mucho, según apuntaron ayer los escritores y el periodista, de las vociferantes tertulias radiofónicas, donde las opiniones se esgrimen como armas y rechazan la retroalimentación. "No es un libro dialéctico, en el que uno intenta sobresalir", comenta Vicent, y asienten tanto Azcona como Harguindey, quien añade: "Ninguno se creía poseedor de la verdad absoluta". "Sin embargo, partiendo de esta actitud de no competir, creo que en el libro hay una especie de decisión de sentar principios", agrega Rafael Azcona. "Yo, cuando a veces lo leo, pienso: "y yo por qué hablo tanto", apunta el autor valenciano de Contraparaíso. Anécdotas como la envidia que experimentó Azcona cuando vio en una cala ibicenca a Errol Flynn, solo, en la cubierta de un velero servido por un camarer, o la primera vez que Vicent vio en el bar al guionista de El verdugo con una servilleta en la cabeza recorren una obra cuyo contenido está, en cierta medida, condicionado por la hora en la que se realizaron las tertulias ante la presencia de un micrófono que grababa cuanto se decía. "Mientras comíamos calentábamos motores y ya con el café, la conversación tiende a ser más distendida y relajada", comenta Vicent, quien define Memorias de sobremesa como un corte delimitado en la línea continua de las conversaciones entre el escritor y el guionista. El sentido del humor también es una de las notas predominantes en el libro. Azcona es quien despierta la mayor curiosidad del público en las dos presentaciones que se han realizado, según destacan Harguindey y Vicent, mientras el guionista niega con la cabeza. Aunque después admite como cierto el comentario de que él apenas se prodiga públicamente, lo que explica esa curiosidad.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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