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El derecho a la dependencia

Esteban González Pons

Proclamo el derecho a la dependencia de los pueblos. Proclamo el derecho de los pueblos a depender los unos de los otros. Y proclamo que el Siglo XXI será el de la fusión, la mezcla, el intercambio, la coexistencia, la comprensión, la acogida y la interdependencia, o no será un Siglo democrático. Hasta ahora hemos tratado, honestamente, a la independencia como un derecho y a la dependencia como una necesidad. Hasta ahora hemos creído, honestamente, que los pueblos querían ser independientes aunque sabían que para sobrevivir dependían los unos de los otros. Hasta ahora, a la independencia le ha correspondido, honestamente, la poesía de los patriotas y el discurso de los diputados y a la dependencia, sólo el cálculo de los economistas. Pues bien, hoy la situación, pese a parecer lo contrario, ha cambiado, se ha invertido. Hoy los pueblos independientes están a un paso de exigir su derecho a ser interdependientes y la cuestión es si los políticos dispondremos del manual teórico apropiado cuando esta reclamación empiece a generalizarse. Hoy la causa de la democracia es más la solidaridad que la autarquía, más la convivencia que las fronteras, más el mestizaje que la desunión, más la comunidad planetaria que la parcelación comarcal y, por eso, yo proclamo el derecho de todo ser humano a que su pueblo sea dependiente, interdependiente, el derecho de todo ser humano a que su pueblo esté conectado. El derecho a la independencia es, sencillamente, un derecho de separación. Enarbolada frente a una potencia invasora o frente a una fuerza de ocupación, la independencia significa una liberación positiva, sin embargo, si se plantea ante un igual al que se está asociado, la independencia no es otra cosa más que una ruptura de lazos comunes, tan dolorosa y desgarradora como cualquier ruptura de lazos comunes. El derecho de autodeterminación es algo más complejo. En pocas palabras, viene a comprender la facultad que todo pueblo debería tener para decidir en cada momento el sentido de su destino y, así, poder optar por su secesión de otros o por su asociación con otros. Lo cierto es que, tanto la independencia como la autodeterminación, encuentran su fundamento en la capacidad sagrada que las personas poseen para formar sociedades libres y que, por lo tanto, desde un punto de vista político, reconozco que no hay nada que objetar a su formulación como principios democráticos. Mi proclamación de hoy tiene que ver con la Historia. En mi opinión, tales nociones, primero la independencia y después la autodeterminación, con toda su cola de pasión y orgullo, son más propias de las circunstancias históricas de los Siglos XVIII, XIX y XX, que de las del próximo Siglo XXI. En mi opinión, la lucha por la independencia de las naciones sometidas o colonizadas pertenece al tiempo de los Estados conquistadores, pero, para bien o para mal, nuestro tiempo ya no es ese. Ya no debería ser ese. Actualmente, gracias a los medios de transporte y a las nuevas tecnologías, el Planeta se ha convertido en una aldea, en el arrabal de una aldea, y sus necesidades de colaboración vecinal ya no son las de la época de los imperios ultramarinos, con sus grandes barcos, sus casacas rojas, su labor evangelizadora y su guardia mora. Lo que pasa es que, a veces, en lugar de alzar la mirada a nuestro alrededor para comprender el mundo que nos rodea, intentamos que el mundo que nos rodea quepa en el escaso espacio que abarca nuestra mirada caída y es, entonces, cuando cometemos la equivocación fatal de pronunciarnos sobre el futuro con palabras del pasado, sin darnos cuenta de que la boca nos apesta a naftalina, a cerrado y a cocido de ayer. Es entonces cuando erráticamente creemos ser justos y santos hablando de independencia a un público que, si no aprende a ser dependiente, a ser interdependiente, no sobrevivirá. Considerar, el derecho a la independencia de los pueblos, uno de los objetos esenciales del debate público tenía sentido en un marco histórico en el que una clase social numerosa, poderosa y emergente -la burguesía-, exigía mercados amplios, seguros y no intervenidos, o en el instante de la descolonización, pero, con sinceridad, deberíamos reconocer que queda un poco fuera de contexto en la era de la globalización y que, ahora mismo, resulta una opción anticuada. La Historia nos ha cambiado mucho en muy poco y no estoy seguro de que nos hayamos dado cuenta del todo, no estoy nada seguro de que nuestra vieja agenda se corresponda con la nueva dirección de los acontecimientos. Tengo la sensación de que el gobierno del Mundo es cada vez menos de los Estados independientes a los que tanta fuerza atribuimos y cada vez más de no sé qué poderes, capaces de desestabilizar con un movimiento bursátil las economías de toda Europa o de decidir qué vamos a comprar o a quién vamos a ignorar. Me parece que la multiplicación infinita de emisores de información, provocada por el desarrollo de las redes digitales, puede poner en riesgo la supervivencia de la opinión pública, fundamentada en hechos conocidos por todos, en la que sustentamos nuestra idea de legitimidad política nacional y que, incluso, puede limitar las posibilidades que cada uno tenemos de recomponer la verdad tal cual es y no tal como nos la cuentan. Pienso que la defensa de la división de las personas por países, cuando el espacio geográfico tiende a unificarse, empieza a ser una pura defensa de la separación entre ricos y pobres en una Tierra que obligatoriamente compartimos. Creo que estos, entre otros, son los asuntos que deberían inquietarnos si fuéramos responsables y creo que, todo lo que tardemos en darnos cuenta, será necesario lamentarlo más adelante. Porque lo lamentaremos. Yo quiero que mi Nación sea cada vez menos independiente, que no se separe de nada ni de nadie, que cada vez esté más y mejor comunicada, que sepa repartir su riqueza y recibir otras riquezas, que sea solidaria, que reciba al que viene de la pobreza y de la guerra y del sueño, que suscriba un tratado por el que se borren las rayas pintadas en el suelo, que se abra a otras culturas y a otras razas y a otras creencias, que se comprometa por la paz aunque la paz esté muy lejos, y por los bosques aunque los bosques estén muy lejos, y por los derechos humanos aunque los humanos estén muy lejos. Por eso, proclamo el derecho a la interdependecia de mi pueblo, de todos los pueblos, y, si otros quieren abrir el melón de la independencia allá ellos, porque yo, por mi parte, lucharé por compartir nuestra dependencia como se comparte el aire.

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