"He tenido un sueño"
Hace algunos años, Martin Luther King, el célebre líder de la minoría negra de los Estados Unidos, encabezaba un memorable discurso sobre la igualdad racial con esta frase, que se haría célebre: "I had a dream", he tenido un sueño. El sueño de Luther King era el de un mundo en el que las tensiones provocadas por el apartheid habían desaparecido porque esta norma injusta había dejado de estar vigente, un mundo en el que una pareja sentimental mixta ya era posible sin que los vecinos les señalasen con el dedo y a sus hijos los aislaran en la escuela, un mundo en el que un negro podía encontrar trabajo con las mismas facilidades o dificultades que un blanco, un mundo en el que nadie tendría que arrepentirse de la familia en la que había nacido al mirarse cada día en el espejo. Dicen que un gesto vale más que mil palabras, pero también es cierto que un puñado de vocablos vale en ocasiones más que todo un texto constitucional. Aquella frase representó un giro copernicano en la política racial de los gobiernos de EE UU y en las actitudes de la sociedad americana: varias décadas después, sigue habiendo diferencias entre blancos y negros, pero a estos no los condenan ya al analfabetismo ni les reservan las plazas traseras de los autobuses. Aunque a trompicones y con esporádicos fracasos, la humanidad avanza y las denuncias de traición, que los negros más radicales lanzaban contra Luther King, como las de entreguismo, que los blancos no menos radicales formulaban contra el presidente Kennedy, duermen piadosamente en el olvido de las hemerotecas. Pues bien, "we had a dream" fueron también las palabras con las que el profesor Ricard Morant y yo iniciamos el acto de clausura de un curso de la Universidad Menéndez Pelayo de Valencia sobre El lenguaje y la norma, hace ahora dos años y medio. Lo que inicialmente habíamos concebido como una discusión científica de temática general, acabó reuniendo en una misma mesa a personas que llevaban 20 años sin hablarse y que sólo sabían comunicarse a base de descalificaciones en los medios de comunicación. Eran, ya lo habréis adivinado, representantes de las dos facciones que protagonizan el llamado conflicto lingüístico valenciano. Desde luego, Morant y yo no éramos neutrales y sería absurdo pretender que en este tema filológico cabe mantener una exquisita equidistancia. Sin embargo, porque se nos ayudó desde instancias muy variadas o porque la propia sociedad estaba harta y pedía un cambio, lo cierto es que aquellos representantes, de uno y otro bando, polemizaron civilizadamente y sentaron las bases de un principio de tregua, cuando no de entendimiento. Parece que la cristalización del sueño que acariciamos colectivamente los participantes en aquel curso ya es inminente. Por lo que sabemos, más de uno ha puesto en peligro su reputación o sus perspectivas electorales durante el camino. Queden sus sufrimientos enterrados en las hemerotecas también. Porque, se diga lo que se diga, hasta el momento cada cual ha cumplido su papel en un ejercicio de responsabilidad que la historia le agradecerá: los partidos políticos y las instancias académicas del arco medio propiciando el acuerdo y los de los extremos advirtiendo de los peligros. Lo que la sociedad valenciana no puede permitirse en ningún caso es que el sueño se convierta en pesadilla y que nos quede la frase "we had a nightmare" como colofón lapidario. En los últimos 25 años el dinamismo de la Comunidad Valenciana se ha incrementado en casi todos los órdenes. Sólo los que vienen de fuera se dan cuenta de hasta qué punto la economía hierve, la cultura bulle y la sociedad civil se afianza. Salgan fuera y verán lo que es bueno. No obstante, siempre hay un pero: el dichoso conflicto, que enfrenta innecesariamente a unos con otros y les hace consumir inútiles energías. No digo que el camino vaya a ser fácil. Los que llevamos toda la vida en esto de la Filología sabemos de sobra hasta qué punto es posible estar discutiendo eternamente sobre una tilde, una letra o una terminación verbal. A veces nos domina el orgullo y nos obcecamos en no ceder, a pesar de reconocer internamente que el adversario, que no enemigo, tiene parte de razón. Es seguro que los futuros miembros de la AVL se verán sometidos a idénticas tentaciones. Pero tendrán que vencerlas y superar el impasse cada vez que se presente. No escriben para una revista que sólo leen unos pocos habitantes de la torre de marfil, como nos suele ocurrir a los lingüistas en la vida académica profesional: escriben y dictaminan para todo un pueblo, para un pueblo al que, sin comerlo ni beberlo, otros crisparon sin motivo. Señores políticos, no se engañen. Ustedes han puesto la primera piedra, pero el edificio no está construido. Si quieren llegar a inaugurarlo algún día, elijan bien. No sea que dentro de unos años, cuando los historiadores cuenten lo que pasó este otoño, tengan que echar mano del bardo de Stradford upon Avon y hayan de reconocer que los valencianos tuvimos a lo sumo "a midsummer night"s dream", el sueño de una noche de verano. Fútil, fantasmal, evanescente.
Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.
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