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Ferrer Salat y el catalanismo integrador

En un contexto como el nuestro, en el que los reinos de taifas y las tendencias centrífugas y disgregadoras campan a sus anchas, la muerte repentina de mi buen amigo Carles Ferrer Salat me ha inducido a escribir unas líneas sobre uno de los catalanes que más han hecho por Cataluña y por España desde lo que me atrevería a calificar de catalanismo integrador. Y quiero hacerlo desde la perspectiva de su contribución a hacer avanzar a sus amadas Barcelona, Cataluña y España con una visión moderna y cosmopolita que -desgraciadamente- no todo el mundo practica en unos momentos en que las expectativas creadas en el contexto de las elecciones vascas y la tregua de ETA más parecen promocionar las líneas disgregadoras que las integradoras. Conocí a Carlos Ferrer en mi último año de estudiante universitario, en 1966. Desde entonces he mantenido contactos frecuentes con él: en la Cámara de Comercio de Barcelona, en el Círculo de Economía y en Bruselas desde que yo me incorporé a la Comisión Europea, en 1989. Últimamente nos hemos tratado como miembros, ambos, de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, a la que pertenecíamos como académicos de número. Aquel 1966 fue el año en que los estudiantes barceloneses impulsamos el Sindicato Democrático de Estudiantes para democratizar la Universidad española y atrajimos la atención de los países democráticos por medio de la capuchinada. Carles Ferrer estaba ya entonces rodeado de la aureola de empresario progresista e inquieto que -junto a otros amigos y aprovechando el magisterio de Jaume Vicens Vives- había creado el Club Comodín, transformado luego en Círculo de Economía, y había fundado el capítulo español de la Joven Cámara Internacional.Esto que hoy nos podría parecer irrelevante era, en aquellos años del franquismo tardío, toda una proeza, pues las entidades impulsoras del debate sobre la modernización de España y su incorporación a Europa eran toleradas con muchos reparos.

En este sentido, Carles Ferrer combinaba bien la imagen de empresario progresista -a través de ese motor de cambio que fueron el Círculo de Economía y la Joven Cámara de Barcelona- con la imagen más oficialista del empresario fuertemente implicado en la Cámara de Industria de Barcelona -fusionada en 1967 con la de Comercio y Navegación. Era entonces ya uno de les empresarios que mejor andaban de idiomas, lo cual le permitía tener una información exterior de primera mano. Información es poder: Ferrer Salat lo sabía y lo practicaba como lo había practicado Cambó en los felices veinte. A través de su presidencia en la Comisión de Organismos Internacionales de la Cámara y de sus contactos externos como empresario farmacéutico exportador, era el hombre integrador entre las tendencias más bien proteccionistas y oficialistas que entonces presidían el quehacer cotidiano de la cámara y las tendencias renovadoras de los pocos que a finales de los sesenta creían que el camino de la integración en la CEE era el único viable para modernizar España. En esta área es preciso recordar el papel impulsor de Ferrer Salat respecto a muchas de las 13 entidades económicas catalanas que en julio de 1972 lanzaban la entonces utópica petición del ingreso de España en la Comunidad Europea. Desde Cataluña se estaba, pues, al frente de la que a la postre se convertiría en la decisión más importante para la economía española: abandonar localismos e integrarnos plenamente en Europa abriéndonos al aire de la competencia y de la universalidad.

Por este carácter integrador y por la visión del entonces presidente de la cámara, Andrés Ribera Rovira, y junto con dos de sus amigos de siempre -Carlos Güell de Sentmenat y Joan Mas Cantí-, Ferrer Salat estuvo al frente de la transformación del Fomento del Trabajo Nacional, tradicional y proteccionista patronal catalana que había sido salvada del sindicalismo verticalista del régimen por la ficción del ministro de Franco Gual Villalbí de convertirla en una "institución de alta cultura económica", en una auténtica patronal moderna. La capacidad aglutinadora de Ferrer Salat volvió a brillar al frente de los equipos humanos de que siempre ha sabido rodearse.

Carlos Ferrer, presidente del Fomento del Trabajo Nacional, pudo así impulsar la creación de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE). Yo creo que ésta fue una gran aportación de la patronal catalana a la paz social española. En el régimen franquista de después de la guerra civil la lucha de clases se había hecho desaparecer a la fuerza.Los sindicatos -salvo el vertical del régimen- habían sido eliminados, y los sindicalistas, perseguidos. Solamente Pere Duran Farell y hombres del Círculo de Economía como Ferrer Salat reconocían la necesidad del diálogo con las entonces clandestinas Comisiones Obreras. Estoy convencido de que sin esta aportación integradora de la patronal catalana la transición española no habría ido como, afortunadamente, fue.

Y un empresario que había hecho de su pequeña empresa farmacéutica una empresa multinacional no podía dejar de lanzar mensajes en favor de la competitividad, la tecnología y la inserción de la economía española en la economía global. Es así como impulsó toda clase de iniciativas para conectar la España aún autárquica con el exterior: Club de Roma, Trilateral... El banco que fundó -y del que fue presidente hasta su absorción por La Caixa- tenía un nombre bien expresivo de esta idea: Banco de Europa. Pero a este empresario catalán integrador, la Barcelona de menos de dos millones de habitantes, la Cataluña de menos de seis y la España de menos de cuarenta le quedaban pequeñas. Él no se conformaba -como otros- con ser cabeza de ratón. Él quería ser cabeza, sí, pero de león, y fue así como con la España democrática Ferrer Salat pudo ingresar en los reales círculos del poder europeos y universales.

Su aproximación al poder europeo pasó por acceder a la presidencia de la la Unión de Organizaciones Empresariales Europeas (UNICE) y a la del Comité Económico y Social de la Unión Europea, en el que llegó también a desempeñar la presidencia contribuyendo a impulsar el dialogo social europeo.

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La línea del gobierno universal le vendría cuando, retomando el interés por el deporte que siempre tuvo, fue llamado al Comité Olímpico Internacional de la mano del catalán más universal que nunca haya existido: Joan Antoni Samaranch. Ello pasaba por, en primer lugar, dar la imagen de que el deporte español era algo, y a ello se aplicó Ferrer Salat con sus métodos y amistades empresariales cuando desplazó al duque de Cádiz de la presidencia del Comité Olímpico Español. Y ello pasaba, en segundo lugar, por los Juegos Olímpicos de Barcelona. Como miembro del COI y a invitación de Samaranch, se mudó a una casa mayor para convidar a sus colegas a Barcelona y convencerlos de que la candidatura de la Ciudad Condal era la mejor.

Hacer unos Juegos Olímpicos no es nunca una tarea fácil, y menos lo era para la Barcelona de los ochenta, en que la Generalitat convergente y el Ayuntamiento socialista parecían más proclives a pelearse que a trabajar en común y en que el PSOE y Alianza Popular habían impulsado la LOAPA intentando frenar la incipiente proyección externa de la Generalitat y de los gobiernos autónomos que mostraran afición por querer desempeñar un papel transnacional. Joan Antoni Samaranch convenció a las instituciones de que si no trabajaban juntas todo sería un fracaso y Carles Ferrer y Leopoldo Rodés pusieron manos a la obra para que empresas españolas y extranjeras financiaran el proyecto de candidatura barcelonesa.

Años después y tras el éxito olímpico, el balance es claro: los Juegos Olímpicos Barcelona 92 contribuyeron positivamente a crear la imagen de que aquí somos capaces de organizar grandes eventos internacionales y a dar una nueva imagen de España, de Cataluña y de Barcelona. Todo ello fue posible gracias a la unidad y gracias a que las fuerzas centrípetas prevalecieron sobre las centrífugas. Ferrer Salat no tenía un verbo vibrante y elocuente como tienen algunos políticos, pero tenía una productividad, una capacidad de aglutinar y una visión de lo que hay que hacer y de lo no hay que hacer que ya querrían para sí muchos políticos.

Con su presidencia de la empresa familiar y su fundación, el Comité Olímpico Español y el Consejo Superior de Cámaras de Comercio, y en su sillón en la Real Academia de Ciencias Económicas, Ferrer Salat ha seguido ejerciendo como catalán emprendedor e integrador hasta el último día de su vida.

Yo, por mi parte, lo recordaré siempre en el puente aéreo de Madrid o en los vuelos a Bruselas, con sus largas piernas y su enorme bolsa de mano, leyendo ávidamente y recortando periódicos y revistas: interesado por todo y tratando de ser útil donde y cuando su catalanismo integrador fuera necesario.

Francesc Granell es miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras.

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