De mesas y sillas
Es claro que, al final, habrá una negociación global sobre la situación constitucional de Euskadi y lo que ello implica. Una negociación que, si se prefiere decir que no está condicionada por el proceso de paz, dígase, pero que, indudablemente, está posibilitada y aún exigida por el mismo si no se quiere desperdiciar una ocasión histórica. Es claro, también, que esa negociación será tanto más fácil cuantas más fórmulas positivas haya sobre la mesa, cuantos más numerosos y sofisticados sean los útiles a los que se pueda recurrir, y precisamente el contribuir a proporcionarlos es la tarea de los juristas, que harán mal en echar leña al fuego de los maximalismos y descalificar las vías, tal vez angostas y ambiguas, pero que sirven para transitar en paz. Lo que está menos claro es la forma de la futura mesa de la negociación y el número de sillas a arrimar junto a ella. Y ese detalle es importante, en algunos casos de importancia capital, y la historia ofrece ejemplos de negociaciones largamente dilatadas por prenegociaciones en torno al número de los interlocutores y al formato oval o rectangular del tablero. En tamaña cuestión permítaseme propugnar la mesa redonda. Esto es, lo más opuesto al frentismo que se está tratando de imponer en la campaña electoral vasca. Dejemos aparte los dicterios y disparates que la ilustran. En algún caso se deben a que los candidatos carecen de alternativa argumental. En otros, a que ya están en marcha distintas campañas autonómicas. Pero lo grave es que, tras el disparatado intento de aislar a Herri Batasuna impulsando con ello un bloque abertzale -algo que anuncié hace meses en este periódico-, ahora se trata de oponerle un bloque españolista y convertir las elecciones en una especie de referéndum entre los dos. Para mayor dislate, la opción la plantea quien, según todas las encuestas, será el frente minoritario y pretende someter a ella la viabilidad de la Constitución, que, para servir a todos el día de mañana -como una Constitución puede y deber servir, de instrumento-, sería bueno invocarla y manosearla menos. Lo que Euskadi necesita no son frentes que mañana se coloquen a uno y otro lado de la mesa, sino la pluralidad y flexibilidad necesarias para sentarse en torno a ella, sin excluir a nadie ni oponerse del todo a nadie. Para ello podría ser valiosa la experiencia larga y variada de las coaliciones que desde hace años han gobernado Euskadi. Y de ahí el valor de las fórmulas, capaces de homogeneizar en un común múltiplo, aunque sea mínimo, denominadores diferentes.
Y eso se prepara desde ahora. Desdramatizando la campaña electoral, si no en la forma, que ya nadie toma en serio, sí en el fondo de las opciones sometidas al electorado. Y, sobre todo, integrando, corresponsabilizando y permitiendo a todos capitalizar el preproceso de paz. Si ayer fue insensato tratar de aislar a HB, hoy lo es marginar al PSOE de modo que se entere por la prensa de los pasos positivos y encomiables -¡al fin!- que el Gobierno está comenzando a dar. ¿Por dónde? Por una senda que, si como es de desear, ha de conducir a parte alguna, es a un gran Pacto de Estado. Pero el Pacto de Estado no es aquél que fraguan unos para sacar ventaja de otros, que, en el menos malo de los casos, han de aceptarlo como un contrato de adhesión y, en el supuesto más corriente, descalificarlo e impugnarlo, lastrándolo de provisionalidad. Es, por el contrario, la unión de voluntades que, por no excluir a nadie relevante, es sólido hoy y estable mañana. Pero ello exige optar por lo general frente a lo particular, preferir el interés del propio pueblo al del propio partido. En una palabra, hacer POLÍTICA con mayúsculas.
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