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La enfermedad de Yeltsin reabre el debate de una urgente sucesión en Rusia

El diagnóstico oficial de la dolencia que obligó al presidente ruso a regresar el lunes a Moscú, antes de completar su programa previsto en Kazajstán, fue de traqueobronquitis, con tos y temperaturas en torno a los 37,4 grados. Suficiente para que cualquier paciente de 67 años, con un quíntuple puente cardiaco y antecedentes de neumonías e infecciones virales respiratorias, se quedase en cama. Y eso es lo que Yeltsin va a hacer esta semana.Pero lo que diversos testigos cuentan de lo que ha ocurrido en Uzbekistán y Kazajstán va mucho más lejos, hasta el punto de que justifica análisis como el de un prestigioso psiquiatra, Mijaíl Vinográdov, que declaró al periódico británico Daily Telegraph que sospecha que el presidente padece la enfermedad de Alzheimer, caracterizada entre otras cosas por súbitas pérdidas de memoria. Por su parte, el diario estadounidense The New York Times, citando a una fuente diplomática, asegura que el domingo por la noche, en la cena que le ofreció el presidente uzbeko, Islam Karímov, Yeltsin se hizo un lío al leer su discurso: empezó por el principio, siguió por el final y terminó por el medio.

Komersant Daily citaba ayer fuentes cercanas al presidente para asegurar que, cuando éste se despertó el lunes en Tashkent, la capital uzbeka, se creía que estaba todavía en Moscú. El mismo diario publicaba que cuando, al día siguiente, condecoró en Almaty al presidente kazajo, Nursultán Nazarbáyev, el tono triste y deprimido con el que le deseó larga vida fue entendido por muchos de los presentes como una prueba de que no confía en que la suya vaya a serlo tanto.

"Ha sido peor que en Suecia", aseguraba una fuente de la Administración presidencial, en referencia a los fallos de protocolo y el disparatado anuncio de desarme nuclear que Yeltsin protagonizó el pasado diciembre durante un viaje a Estocolmo.

La televisión fue implacable al mostrar a un Yeltsin que bajaba del avión vacilante y con gesto crispado, que se tambaleaba y tenía que ser sujetado por Karímov, que se agarraba a su esposa, Naína, para poder caminar y que sacaba la lengua para firmar un documento con desesperante lentitud, letra a letra.

Tal vez nunca como hasta ahora el líder del Kremlin había causado tal impresión de decrepitud. Por ello, en Moscú se ha reabierto la cuestión sucesoria, un hecho que podría llegar a producirse antes de julio del año 2000, cuando Yeltsin agota su mandato.

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