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España como nación

Ha saltado, de nuevo, la alarma, advirtiendo del peligro de los nacionalismos. ¡Bendido sea Dios! El peligro debe ser tan serio y de tanto fundamento, que incluso el candidato del PSOE al Gobierno de España -el Gobierno nacional, propiamente dicho- se ha ofrecido al presidente Aznar para echarle una mano y ayudarle a levantarse de esa postración arrodillada en que se encuentra frente a sus socios parlamentarios nacionalistas. Por su cuenta y riesgo, los presidentes de Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura, reunidos en Mérida, han lanzado a los cuatro vientos un manifiesto en el que defienden "la cohesión territorial" frente a los nacionalistas. ¡Esto es una maravilla! Volvemos a la dialéctica del bienio negro (y ominoso) de 1994 / 95. Sólo que algunos protagonistas son distintos. Tras las elecciones de 1993, en las que el PSOE no ganó por mayoría absoluta y tuvo necesidad de contar con el apoyo de los nacionalistas catalanes, surgió, también, el Movimiento de Liberación Nacional Español formado por la conjunción PP-Cope-ABC, entre otros adheridos de menor importancia. Fueron los impulsores del antinacionalismo durante el bienio negro. Ahora, la función del PP la protagoniza el PSOE. Los representantes mediáticos no han variado, excepto alguna incorporación no demasiado sorprendente, por otro lado. Pero en el fondo el discurso es el mismo: "Leña al mono nacionalista hasta que confiese que es español". Y si no confiesa le aplicaremos el remedio. Por ejemplo, éste que recomienda don Amando de Miguel: "La consecuencia lógica es que sólo deberían estar representados en las Cortes los partidos nacionales (mal llamados estatales). Se podría añadir la norma reglamentaria de que tuviesen votos suficientes en diez provincias, esto es, en más de una región. Significaría que los partidos nacionalistas o de intereses restringidos sólo podrían estar representados en los parlamentos regionales y naturalmente en el Senado". O sea, como entonces. Los nacionalistas-regionalistas, en su casa. ¡Hombre, eso sí!, se les permitirá bailar sardanas, tocar el txistu, la gaita e, incluso, el tamboril. Y cantar canciones populares autóctonas. Pero en su casa. Claro que, pagando los correspondientes impuestos a las arcas centrales -¡faltaría más!- que ya se encargarán las Cortes, sin su presencia, de decidir qué hacer con los dineros. "La base del sistema político español son el PP y el PSOE", ha dicho un parlanchín radiofónico, correligionario de don Amando en estos menesteres, reforzando su tesis. Tesis compartida por la mayoría de tertulianos coperos. Es la democracia al estilo Cope. Así que estos dos partidos, PP y PSOE -imagino que con IU- son los que en las Cortes han de decidir y programar qué hacer, por ejemplo, con los presupuestos. Los partidos nacionalistas y sus votantes, a bailar sardanas y a tocar el txistu y la gaita. España es una nación. ¡Naturalmente! Y en las Cortes Generales ha de estar representada, únicamente, por sus partidos, los partidos nacionales. ¿Y los partidos nacionalistas y los ciudadanos-contribuyentes a los que representan? Pues encerrados en su nación cultivando el folclore. ¿Nación o... colonia? Porque, claro, si se les expulsa de las instituciones que representan al pueblo de todo el Estado, porque los únicos representantes son los partidos nacionales, ¿en qué situación político-jurídica quedan los votantes de los partidos nacionalistas? ¿Pagar y callar? Luego resulta que cuando el president Pujol dice que Cataluña es una nación, junto a Galicia y Euskadi, y España, no lo es, se produce una gran conmoción. Comienzan a chirriar los goznes del Movimiento. Tengo que recurrir, una vez más, a los saberes de don Julián Marías. El 12 de abril de 1995, en pleno bienio negro (y ominoso), publicó don Julián en el ABC un artículo titulado La función de Castilla. ¿Y cuál es esa función? Nos lo advierte el señor Marías: "Castilla tiene que preocuparse por las demás regiones españolas, sentirse vinculada a todas ellas, velar por su coherencia y vitalidad como miembros de España". Castilla, pues, velando por nosotros. Castilla salvadora de España. Ésa es su función. "Función irrenunciable de Castilla en la España actual y en la que va a serlo muy pronto", nos dice don Julián. ¿Y quién es Castilla? Nos lo aclara con estas palabras: "En la actual composición de las autonomías españolas, Castilla aparece por duplicado -Castilla y León, Castilla-La Mancha- y además, se han desprendido de ella porciones como Santander (Cantabria) y Logroño (La Rioja). No es demasiado sorprendente porque Castilla más que un territorio es una actitud y por eso, a Castilla La Vieja siguió Castilla la Nueva, y Andalucía, desde su conquista, fue Castilla Novísima. Y esa actitud es la que perdura o debe perdurar con una u otras divisiones administrativas". Sucede, sin embargo, que los países de cultura y habla catalanas, por ejemplo, no entramos en ese conglomerado definitorio de don Julián. No pasa nada. La "función de Castilla" -nos lo advierte el señor Marías- es velar por nuestra "coherencia y vitalidad como miembros de España". Castilla, que más que un territorio es una "actitud", dirá lo que tenga que decir en aras de esa función irrenunciable que le asigna don Julián. (Como lo dijo Felipe V, aquel gran rey de España). Y en orden a las cosas cotidianas, más prosaicas y terrenales, tampoco pasa nada. Los dos partidos nacionales (PP y PSOE) -"mal llamados estatales", según Amando de Miguel, y que "constituyen la base del sistema político español", según nos dice el parlanchín radiofónico a la luz de su linterna- ya decidirán en las Cortes Generales, sin la presencia de partidos nacionalistas que lo que hacen es molestar, aquello que más nos convenga. Queda claro que España, en contra de lo que dice el president Pujol, es una nación.

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