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El héroe

Le tuve delante en un par de ocasiones y lamento decir que pronostiqué lo que sucedería después. Milud Jedari, aquel inmigrante argelino al que todos aclamamos como un héroe, vive ahora en la indigencia y acogido en el hospicio de San Martín de Porres. Dos años antes le llevaban de un sitio a otro en coches oficiales y le abrían los salones alfombrados para agasajarle por su arrojo y valentía. Organismos e instituciones se disputaron su presencia porque adornaba cualquier acto dándole un toque de sentimiento y humanidad muy apreciado en esos ámbitos. Madrid necesitaba un héroe y ese joven de pelo ensortijado y piel aceituna resultaba perfecto para desempeñar el papel.La vida de Milud cambió de súbito aquel 30 de abril de 1996 en que bajó a la estación del metro de Embajadores. Allí el joven argelino vio cómo una chica era golpeada por un tipo portugués y decidió intervenir para tratar de calmar los ánimos. La reacción, sin embargo, del portugués fue empujarle violentamente provocando su caída a la vía. Eso ocurrió justo en el instante en el que llegaba un convoy, el mismo que cercenó su pierna izquierda y parte del pie derecho y le vació un ojo. Fue un milagro que saliera vivo.

Todos los medios de comunicación recogieron aquella noticia con grandes titulares. Un hijo de la inmigración, un joven magrebí, había arriesgado su vida para defender a una muchacha que estaba siendo maltratada por un desalmado. El caso era perfecto y contenía todos los ingredientes para inflamar la fibra popular; había una persona indefensa, un tipo violento y un joven humilde dispuesto a arriesgar su vida para defender a una mujer que ni siquiera conocía. Todo eso en el contexto de un marco social preocupado por conjurar las actitudes racistas que propician la intensa relación de determinados grupos de extranjeros con la delincuencia callejera. Milud Jedari no estaba legalmente en España. En Marruecos se coló como polizón en un barco y así entró en nuestro país. Sin papeles ni dinero, sin conocer el idioma y sin contactos que le permitieran abrirse camino entre gente extraña, Milud hizo lo que terminan haciendo tantos otros inmigrantes ilegales que vienen a Europa huyendo de la miseria de sus lugares de origen: dedicarse a los asaltos callejeros. Tras lo ocurrido en el metro, aquellos antecedentes delictivos fueron, sin embargo, tratados con sordina para no desdibujar la imagen del héroe que se estaba forjando. La ola de solidaridad con el abnegado inmigrante crecía como la espuma tanto en el ámbito político como en la calle. La Comunidad de Madrid le impuso la medalla de oro al Mérito Ciudadano y el Ayuntamiento el Premio al Mérito Humanitario. La propia esposa del presidente del Gobierno, Ana Botella, conoció personalmente al joven argelino en un acto celebrado en el Parque de Atracciones, donde le fue concedido el Premio a los Valores Humanos. Por aquel entonces, Jedari iba siempre acompañado de un representante de la Asociación de Argelinos en España y algún diputado de izquierdas de nuestro Parlamento regional. Él saludaba a todo el que se le acercaba sonriéndole con el gesto descompuesto por la falta de un ojo.

Su situación especial de héroe le permitió obtener sin el menor problema la exención de visado que le concedió la Delegación del Gobierno, y hubo también dinero. Dinero para comprarle una prótesis, dinero para su manutención y dinero incluso para adquirir un chalé de 15 millones en Toledo que prácticamente le pagó la Fundación Caja Madrid. Le dieron todo eso pero no lo que él reclamaba con especial insistencia: un trabajo que le permitiera vivir con las limitaciones de su cuerpo. Era lo más importante para él y fue lo único que no obtuvo. El dinero se gastó, la casa la malvendió su familia en una extraña operación y las medallas que le colgaron no son comestibles, como él mismo alega. A Milud Jedari le convertimos en héroe porque nos convenía proclamar nuestra solidaridad y rechazo al racismo y la xenofobia. El estado en que ahora se encuentra, sumido en la indigencia y sin una mano amiga que le ayude, sitúa en el terreno de la más absoluta hipocresía aquel proceder del que tantos se sintieron orgullosos. La imagen de Jedari en el hospicio de San Martín de Porres es un aldabonazo a la conciencia social difícil de soportar.

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