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Tribuna
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Ni evasión ni victoria

Lo primero que uno aprende de un partido como el Real Madrid- Barcelona de ayer es que la fantasía y el desorden son, naturalmente, dos cosas distintas. De hecho, ésta es la clase de encuentro que convierte en papel mojado el debate entre los defensores de la táctica y los de la imaginación; es una de esas ocasiones en las que cualquiera, por intransigente que sea, se siente capaz de repartir el 50% de su verdad con el enemigo. Un partido roto, sin dueño, donde cada jugador parece dedicarse a borrar una parte de la estrategia escrita por su entrenador en la pizarra del vestuario, no convierte el fútbol, como pudo verse anoche, en algo más bello y más libre, sino en algo más confuso. Es justo decirlo. Si se dedican a ir por libre y además están tan cansados como lo estuvieron en el Santiago Bernabéu después de sus batallas de Manchester y Sevilla, tener a jugadores de cinco estrellas como Savio o Figo, vale para lo mismo que tener el Aston Martin de James Bond y haberse quedado sin dinero para la gasolina. Por eso es posible que, al final, haya que darle garrafón a los técnicos: cuando el caos se hace dueño del césped, lo máximo a lo que se puede aspirar es a unos cuantos detalles que no dicen casi nada, de la misma forma en que tres o cuatro versos sueltos, por bellos que sean, no pueden formar un buen libro.Da la impresión de que los derbys son como los papeles que se echan en las chimeneas, algo que se quema deprisa y genera poco calor, que produce mucho espectáculo y poco fútbol. En el de ayer, ni siquiera hubo demasiada polémica, demasiadas jugadas de moviola, ni ofensas irreparables, ni grandes cosas que discutir el lunes por la mañana. El empate, que se alcanzó por el sencillo método de repartir un tiempo para cada equipo -el primero para el Real Madrid y el segundo para el Barcelona- no se sabe muy bien si deja satisfechos o insatisfechos a unos y a otros: los dos parecieron a la vez contundentes y frágiles, hechos de hierro en sus ataques y de mantequilla en sus defensas. Tal vez era la única opción posible cuando la guerra no se libró entre ejércitos sino entre francotiradores. Cuando se acabaron las balas, no quedó nada más que el ruido.

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