Maniobra
Cuando mis padres decidieron separarse, me preguntaron con quién quería irme a vivir, pero yo había cumplido 30 años y me pareció que podía ser el momento de independizarme. Además, no quería hacer daño al no elegido. Así que cada uno se fue por su lado en un curioso estallido familiar que no había estado en los cálculos de ninguno. Yo cogí un apartamento con mucho sol y una gran terraza para llevarme las macetas de mamá, que dijo que no quería volver a verlas. Las regaba con el cuidado que le había visto poner a ella, hablándole a las hojas, y por las noches recorría el piso revisando la llave del gas y los interruptores de la luz con la expresión concentrada de mi padre antes de que nos fuéramos a dormir.Todo iba bien hasta que a los pocos meses se presentó papá en casa y tras muchos rodeos me confesó que volvía con mamá. Por lo visto desde la semana siguiente a la separación no habían dejado de verse ni de comer juntos en restaurantes caros a los que no se les había ocurrido llevarme nunca. También iban al cine con frecuencia, y al teatro, y más de un fin de semana se habían escapado a París como dos jóvenes alocados, viviendo un romance improcedente a todas luces. Total, que mientras yo regaba las plantas de ella y cultivaba las manías de él, siempre obsesionado con que a la azalea no le faltaran sus minerales ni la luz del recibidor se quedara encendida al irme a la cama, ellos llevaban la vida que me correspondía a mí. El mundo al revés.
Me dio vergüenza decir que yo también quería irme a vivir con ellos y me he quedado más solo que la una. Lo peor es que no puedo dejar de pensar que todo ha sido una maniobra para echarme de casa. Por mi gusto, me casaría, pero no sé cómo se hace. Los geranios están bastante bien, pero la cisterna del retrete pierde agua.
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