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El "héroe del metro" vive como un indigente en un hospicio

Jan Martínez Ahrens

Milud Jedari, el héroe del metro, vive horas bajas. Este inmigrante argelino que el 30 de abril de 1996 perdió su pierna izquierda y el ojo derecho por salir en ayuda de una menor que estaba siendo agredida en el metro ha pasado de lucir la Medalla de Oro al Mérito Ciudadano que le impuso el presidente regional a hacer cola como cualquier otro indigente en la puerta del albergue de San Martín de Porres. Una dura caída desde los laureles de la fama que ayer tocó fondo cuando a la salida del hospicio el minusválido fue detenido por ir indocumentado. Sus amigos creen que este arresto (ya finalizado) le acarreará un expediente de expulsión.

Lejos queda el tiempo en que a Jedari, de 26 años, se lo disputaban las autoridades del PP. El inmigrante ilegal había alcanzado los arrabales de Madrid tras una accidentada huida como polizón desde Argelia. Pero una vez en la capital repitió el itinerario de muchos de sus compatriotas. Y pronto fue detenido por un asalto callejero. Su historia parecía destinada a diluirse en el olvido de los calabozos y los expedientes de expulsión, cuando el 30 de abril de1996 Jedari bajó las escaleras de la estación de metro de Embajadores. Allí vio cómo otro joven -Manuel Neves, portugués, de 26 años- golpeaba rabiosamente a una menor. Y Milud, inmigrante, ilegal y con antecedentes, dio el paso que le convirtió en el héroe del metro. Se dirigió a Neves para defender a la chica y de forma "pacífica y conciliadora" -como recogió la sentencia del caso- le puso un brazo en el hombro. El portugués respondió arrojándole a la vía del tren en el momento en que llegaba un convoy. Milud fue arrollado.El gesto no cayó en saco roto. Inmediatamente, el delegado del Gobierno, tras visitarle en el hospital, le concedió la exención de visado; el presidente regional, le impuso la Medalla de Oro al Mérito Ciudadano; el alcalde de Madrid, el Premio al Mérito Humanitario, y el Parque de Atracciones, su Premio a los Valores Humanos. Para completar el cuadro, la Fundación Caja Madrid le pagó al 90% una casa en Toledo e incluso hubo quien le costeó unas vacaciones en Benalmádena. Entre tanta fotografía, aplauso y palmada institucional Milud se había erigido en ejemplo oficial del buen inmigrante. Un título que brilló como nunca en el juicio, cuando abrazó y perdonó públicamente al portugués (finalmente condenado a siete años y seis meses de cárcel por homicidio frustrado).

Acabado el acto judicial, Milud pasaron rápidamente a segundo plano. Y así, acompañado por su padres y dos hermanos, se marchó a vivir en silencio a la casa de Toledo (unos 15 millones, pagados al 90% por Caja Madrid y el resto con las colectas de solidaridad).

La resaca de la fama

Pero sin conocer bien el idioma, perdidas por su convalecencia las oportunidades de trabajar que le llovieron meses antes y, sobre todo, consciente de que se había convertido para siempre en un minusválido al que le faltaba un ojo, una pierna entera y parte de otra, Milud sintió como un mazazo la resaca de la fama. Entre trago y trago de olvido, pronto se vio envuelto en una brutal pelea en una discoteca en Toledo, fue ingresado en una unidad psiquiátrica y encaró el rostro feroz del racismo. "Mucha gente me ve la cara y se aparta. Hasta los taxis aprietan el acelerador cuando me ven. La vida es aquí muy difícil", dice.En la vorágine de esta crisis personal, Milud decidió viajar con su familia al remanso de Blaila, su pueblo natal de Argelia. Un año vivió allí en una casa sin agua ni luz y perseguido por su propia fama . "Muchos de sus vecinos le pedían que les ayudase a entrar a España", explica una amiga. Y así fue hasta que el 26 junio pasado regresó a España.

Ya no era un polizón. Pero seguía sin techo, ya que su padre había vendido el chalé de Toledo para comprarse un coche y cambiar la casa del pueblo de Argelia por otra en una ciudad donde acomodar a sus siete hijos.

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Sin casa y sin dinero, Milud descubrió también que sus permisos de residencia y trabajo, como su propia fama, habían caducado. "Fui a renovar los permisos y me dijeron que tenía que presentar primero una oferta de trabajo. Pero nadie me ofrece ahora un puesto", recuerda. Milud ya no era el héroe del metro, sino simplemente otro inmigrante con la cuenta atrás de la expulsión acechándole y sin capacidad para comprar tan siquiera una calceta nueva para su prótesis (80.000 pesetas). "Están viejas y me pongo calcetines para que no duelan los muñones".

Esta caída tocó fondo esta misma semana, cuando decidió abandonar el techo solidario de su última amiga e ingresar, como un indigente más, en el albergue de San Martín de Porres. Entre toxicómanos y vagabundos, se acomodó a pasar las noches con horarios estrictos y a cenar y desayunar de la caridad ajena.

Ayer, poco después de salir del albergue, fue detenido. Ocurrió a las 12.30, en la parada de autobús de Vía Carpetana, muy cerca del poblado marginal de Jauja. Un policia le vio el rostro, le puso de pie , le pidió la documentación y decidió detenerle al sospechar que era un ilegal más. Como en los viejos tiempos, fue a parar a una celda de la Brigada de Extranjería. No fue puesto en libertad hasta las 18.30. "En la celda he visto otra vida y no me gusta", concluye Milud, quien, devuelto repentinamente a su realidad original, sólo pide que le den trabajo y papeles. Sus amigos, en cambio, temen que a raíz de la detención se le haya abierto un expediente expulsión. Un papel que se concede sin fotografías ni aplausos.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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