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Visita real

JOSEP TORRENT En el cruce de San Vicente con María Cristina de la ciudad de Valencia un policía local se dejaba los pulmones en el silbato, convirtiendo las vías urbanas en la recta de tribuna del circuito de Montmeló por la que los coches oficiales circulaban travestidos de fórmulas 1 con los cristales tintados. En la marquesina de la parada del autobús unos ciudadanos ajenos a la concentración preguntaban perplejos a un guardia dónde quedaba el transporte público que pretendían utilizar. Y frente a la Lonja de los Mercaderes, sobre las escaleras del Mercado Central, un grupo de vendedoras con sus delantales blancos con puntillas esperaban pacientemente la llegada del séquito ante la ausencia de compradores, provocada por las medidas de seguridad, el corte del tráfico y toda la parafernalia que conlleva una visita real. La cotidianeidad de un pedazo de la ciudad quedaba secuestrada por unos instantes, aparcada en un paréntesis obligado por el protocolo y la expectación que siempre provoca una visita real. En los alrededores y en el interior de la Lonja, anfitriones, invitados, medios de comunicación, policías y camareros sólo se preocupaban por su afán, indiferentes a la suspensión de la realidad de los más y reales únicamente en un espacio temporal y efímero construido para unos pocos. Las ilusiones acostumbran a ser breves, encandilan por su fugacidad y por el ritual que las acompaña. Y así, transcurrido el lapso preestablecido, el prodigio se desvanece, las calles vuelven a colapsarse con el tráfico de cada día, el municipal que braceaba y echaba el bofe por el silbato regresa a otra esquina ignorada, las vendedoras del Mercado Central a sus paradas y los autobuses recuperan su recorrido habitual para gozo de sus usuarios. La ciudad asume su realidad, la de todos los días. Tanto que la Lonja, ayer crisol de la ciencia y de la cultura, vuelve a negarse a quienes desde la disidencia la reclaman para ser escenario de otros actos no menos culturales pero que no cuentan con una visita real. La ciudad y con ella sus dirigentes se reintegra a sus miserias habituales.

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