El bombero torero
Sevilla no tiene pulso. A veces es posible captar algún latido que hace pensar que no está muerta del todo. Pero se pierde apenas encontrado, y el cuerpo de la ciudad sigue inmóvil, frío, sin tan siquiera responder ante la cruel cirugía a la que el PA, con la necesaria complicidad del PP, le está sometiendo. Desde la transición es dificil recordar un tiempo tan marcado por la pasividad y la indiferencia. Sería esperanzador pensar que los ciudadanos están tan ocupados por asuntos de mayor calado político, social o cultural, que no les queda tiempo para ocuparse de minucias locales. Pero no es así. Este silencio ciudadano no se produce por dedicación a otras tareas más urgentes, sino por complicidad de unos, aburrimiento de otros y modorra ensimismada de los más. El ser humano se hace a la medida de lo que le preocupa. Quien es sensible a las grandes cuestiones lo es también a las pequeñas, dando a cada una, precisamente por tratarse de un talante informado y crítico, el lugar que le corresponde en la escala de las cosas. Pero quien es sensible sólo a lo pequeño, acaba -si no lo estaba en origen- por embotarse y hacerse a la minúscula medida de lo que le preocupa. El éxito de la política municipal del PA ha consistido en su simultánea capacidad para interpretar la liliputiense idea de ciudad del sevillanismo localista y superficial, y en persistir en ella hasta aburrir las pocas voces críticas que se alzan frente a la cursi barbarie que perpetran. Es una política, si no inteligente, al menos hábil. Convirtiendo el noble ruedo sevillano en escenario no de tauromaquia, sino de toreo cómico, satisfacen al público fácil, aburren al exigente y obligan a los críticos a callar o a escribir no sobre arte, sino sobre payasadas (con lo que, para colmo, son identificados con la enanez que critican). Sevilla exige toreo de arte, de Pepe Luis o de Curro. Ahora, mientras la alcaldesa parece dedicarse al toreo de salón, la lidian el bombero torero y su cohorte de enanitos. Toreo cómico han sido las intervenciones sobre las plazas del Triunfo y Virgen de los Reyes (otra vez necesitadas de reparaciones: ¡que desvergüenza!) o sobre las calles Feria y Bailén. Toreo cómico ha sido el cerramiento aúlico de la Buhaira, Buckingham cateto, imagen definitiva de lo que el PA entiende por clase y categoría. Viendo esas farolas y esas rejas, paseando por ese espacio que parece un París recreado por un cateto rico que ha vuelto a su pueblo deslumbrado por los lujos y amplitudes de la gran ciudad, cabe preguntarse: ¿Es posible que se esté haciendo esto sin respuesta? ¿A nadie le interesa la ciudad, o es que a todos les gusta este despliegue de grandeur hecha con tan poco gusto y pobres materiales? ¿Sólo viven en Sevilla indiferentes o seviyiyas posquinterianos y neocofrades? ¿Donde están los arquitectos que tanto protagonismo tuvieron en el debate ciudadano? ¿Seguirá esta ciudad siendo cada vez menos ella misma, o su nuevo ser es este convertir sus barrios en gigantesca nada consumista y su centro histórico en horrendo bar andaluz de azulejería falsa con coro cantando rumbitas? No hay respuesta. Silencio en la ciudad sin pulso.
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