Camino de vuelta
No es fácil dejar las armas, incluso cuando ya se ha decidido hacerlo. Jerrold M.Post, en un trabajo sobre psicología del terrorismo, formuló hace años la paradoja fundamental de los grupos entregados a la violencia política: "Tener éxito respecto a alcanzar la causa que se persigue amenazaría la meta de la propia supervivencia". De ahí esa desesperante actitud de los dirigentes terroristas de ir modificando sus objetivos de manera que nunca puedan alcanzarse del todo.Ahora mismo se produce en Irlanda una paradoja chocante. Según informaba la semana pasada un periódico irlandés, activistas del IRA habían contactado a unos 60 miembros de la rama disidente Oglaigh na hEireann (nombre en gaélico del Ejército Republicano Irlandés, rebautizado periodísticamente como IRA-auténtico), para advertirles bajo amenaza de que debían abandonar la lucha armada de inmediato. El que esa organización, responsable de la matanza de Omagh, oficializara antes de ayer una tregua indefinida indica que la gestión resultó eficaz. La paradoja consiste en que ello ha dado al IRA una coartada para no entregar las armas; serían necesarias para evitar que los disidentes practiquen la lucha armada. Adams y McGuinness tienen ahí un trabajo muy delicado.
Desde el Convenio de Vergara se sabe que la dificultad mayor a la hora de firmar la paz consiste en dar empleo a los combatientes desmovilizados. La disolución de ETA (pm), en 1981-82, fue precedida de fantásticas discusiones sobre el nuevo papel, como garante de los logros democráticos, que habría de tener la lucha armada. Todavía el 28 de mayo de 1981, cuando anunciaron en una aparatosa rueda de prensa que suspendían la actividad armada, advirtieron que no pensaban entregar las pistolas "por si hay que contrarrestar golpes como el del 23-F". En el debate posterior llegó a plantearse, como forma de ejercer ese papel de garantes, la posibilidad de infiltrarse en la Ertzaintza. Algo que ellos no llegaron a hacer, pero sí sus rivales, los milis, que no estaban por el abandono de nada.
Un libro reciente de la periodista María Ángeles Escrivá (El camino de vuelta. El País-Aguilar. 1998) reconstruye el proceso que inició Mario Onaindía -que se recupera de un infarto- tras un encuentro casual en una cena con un hermano del entonces ministro del Interior, Juan José Rosón. Ese proceso culminaría con el abandono de las armas por parte de ETA (pm) y la reinserción de más de cien activistas mediante indultos y otras medidas que dieron cobertura jurídica a lo que sin duda Pujol calificaría de "solución política".
Las esperanzas de que un proceso similar pueda producirse en la rama militar, la única que subsiste, pasan por la aparición en HB de un Onaindía con la santa paciencia necesaria para escuchar las fantasías de los activistas e irles convenciendo poco a poco de que no existe una vía intermedia entre la democrática y la imposición por la fuerza. Para ello sería muy conveniente que el nacionalismo democrático dejase de alimentar las quimeras de los activistas. El lehendakari tuvo el pasado domingo un lapsus glorioso: dijo que si los demócratas seguían a la greña, la paz no llegaría por su mediación sino como resultado "de una decisión unilateral" de ETA. Como si eso fuera malo; como si una paz que no contemplara contrapartidas políticas -un marco más nacionalista- no fuera una paz justa.
Un ejemplo caricaturesco de la incoherencia en que se movían los poli-milis una vez que aceptaron la salida autonómica fue el secuestro a punta de pistola de una avioneta para lanzar propaganda en favor del Estatuto de Gernika, cuando, como entonces argumentó Onaindía, eso mismo podían haberlo hecho en la televisión. Un factor decisivo para el abandono de ese terrorismo de fantasía fue la captura policial del principal arsenal de ETA (pm). Su mera existencia inspiraba las más sofisticadas coartadas para la continuidad de la lucha armada: les daba pena desprenderse de algo que tanto trabajo les había costado reunir.
La expulsión de Txelis indica la dificultad de que llegue a prender en ETA un debate como el de los p-m. Tal vez la cosa deba partir del brazo político, como en Irlanda. ¿Será Arnaldo Otegi capaz de semejante audacia? De momento se sabe que en la asamblea de HB celebrada el pasado día 2 en Oiartzun para aprobar el lanzamiento de la plataforma electoral Euskal Herritarrok, se comprometió a que la nueva formación nunca condenará la lucha armada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.