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Una visita a Lucentum

JOSÉ RAMÓN GINER He visitado las ruinas de la ciudad de Lucentum y me han causado una impresión excelente. Todo está en ellas limpio, decoroso, ordenado, dispuesto para agradar al visitante. Durante muchos años, este yacimiento íbero romano no fue más que una colina, frente al mar, donde se amontonaban piedras y sillares en desorden, cubiertos por la maleza. A su alrededor creció, con el tiempo, una construcción feroz, alentada por el turismo y la especulación. A menudo, los alicantinos temieron que estas ruinas, que guardan los orígenes de su ciudad, acabaran convertidas en bloques de apartamentos. Milagrosamente, no ocurrió así. Hoy, Lucentum, desbrozada la maleza, ordenadas las piedras, reconstruidas sus calles, ofrece el visitante un aspecto acabado, impecable, que convida a demorarse en un paseo. He visitado Lucentum, como les decía, una de estas tardes de septiembre y he quedado sorprendido. Estamos acostumbrados los alicantinos a que las cosas públicas se hagan con tanta displicencia que hallarnos, de pronto, ante un trabajo extremado nos desconcierta. Nada más traspasar las puertas del recinto, yo tuve la sensación de encontrarme en una latitud muy distinta, de penetrar en un país civilizado y moderno, desconocido. Y es que aquí, en Lucentum, se ha trabajado con inteligencia y un gran sentido común. Comenzando por la arquitectura de los nuevos pabellones que es una arquitectura funcional, sobria, respetuosa con el conjunto. Algo que no es habitual. Yo recomendaría a los alicantinos que no dejasen de visitar estas ruinas de la ciudad de Lucentum. No tanto, desde luego, por reencontrar un pasado improbable, como por admirar una obra bien hecha. Si deciden hacerlo, las horas de la tarde son, sin duda, las mejores para este cometido. La temperatura, suave, invita al paseo y la luz adquiere un tono mielado que acompaña muy bien al de las piedras. La cuestión de la luz no es baladí. Una arqueología como la de Lucentum, carente de la espectacularidad de los grandes monumentos, precisa de un toque estético que la realce. Sin él, queda un punto árida y podría defraudar. Sólo un reproche, un único reproche, haría yo a esta magnífica restauración de Lucentum: la falta de una información menos escueta, más viva y popular. La que se ofrece es correcta pero, si se me permite decirlo así, peca de ser muy científica. Ya sé que la arqueología es una ciencia seria y que los arqueólogos están muy escocidos por las barbaridades que en épocas pasadas se cometieron en su nombre. Hay que tomar precauciones. Sin embargo, paseando por estas ruinas, uno hecha de menos saber algo sobre los lucentinos. ¿Quiénes eran? ¿Qué cultivaban? ¿Cómo se desenvolvía su vida cotidiana? Admito que conocer el trazado exacto de la ciudad, o el modo en que se extendieron las murallas son cuestiones de la máxima importancia y deben ser fijadas con precisión. Pero, no puedo dejar de pensar que en estas calles habitaron, hace miles de años, unas personas con sus afanes, sus pasiones, sus problemas. Y de ellas, cuando abandonemos Lucentum, no sabemos nada, absolutamente nada. Aunque lo sepamos casi todo sobre las piedras que las albergaron.

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