Una heredera independiente
El 2 de mayo de 1985, el alcalde de Móstoles, Bartolomé González, y el embajador de Francia, Pierre Guidoni, firmaron un tratado de no agresión que ponía fin a casi dos siglos de hostilidades. La declaración que firmaron terminaba con las palabras: "En lo sucesivo habrá paz entre Móstoles y Francia".Se trataba por supuesto de un acto simbólico, y un punto lúdico, que venía a coser un fleco pendiente desde que Andrés Torrejón, alcalde de la localidad, firmara el 2 de mayo de 1808, un celebérrimo bando en el que declaraba, por su cuenta y en nombre de todos sus paisanos, la guerra al poderoso imperio napoleónico.
"La patria está en peligro, Madrid perece víctima de la perfidia francesa, españoles acudid a salvarla". La proclama de Torrejón, contundente y casi telegráfica, pasaría a la historia y llegaría a formar parte del repertorio de sentencias patrióticas que en los años del franquismo recogían los más detestables libros de texto que se han escrito. Entre "Roma no paga a los traidores", "Éstos son mis poderes", "Más vale barcos sin honra", entre Sagunto y Numancia, Guzmán el Bueno o Moscardó, el bando del alcalde constituía la pieza más veraz y mejor documentada, un aldabonazo sincero entre tanta retórica hueca y tanta épica de baratillo.
Ser alcalde de Móstoles conlleva una responsabilidad añadida, aunque simbólica y, desde luego, si hoy al primer edil de la localidad le diera por seguir el ejemplo de su predecesor y declararle la guerra a alguien, ese alguien no podría tomárselo a risa, porque en la actualidad los mostoleños no son unos cientos como entonces, sino 200.000, igualmente aguerridos y celosos de su independencia. Los mostoleños cuentan además con una formidable brigada móvil compuesta por 70.685 vehículos, suficientes por ejemplo para ponerle cerco a Madrid si la capital fuera víctima otra vez de la perfidia, francesa o de cualquier otra procedencia.
No es el caso, porque las perfidias municipales capitalinas, que haberlas haylas y abrumar abruman, contaron con el respaldo de las urnas. José María Arteta, alcalde de Móstoles, es un hombre cordial y conciliador, que no parece dispuesto a declararle la guerra a nadie, un hombre pacífico y optimista como tiene que serlo el primer edil de un Consistorio municipal de inestable equilibrio, partido por la mitad entre la izquierda y la derecha, donde el partido del alcalde, el socialista, es minoritario, ocho concejales frente a trece del PP, cinco de IU y uno del grupo mixto.
Las grandes ciudades crecidas a partir de los años sesenta en el entorno de la capital, fueron, algunas todavía lo son, campos abonados para el voto de izquierdas, pero el desgaste de los últimos años socialistas con su secuela de escándalos, reales o virtuales, propiciaron el declive y el auge de los candidatos del Partido Popular. Cuando el primer gobierno municipal conservador entró en la alcaldía de Madrid y comenzó su tarea de demolición de lo que quedaba de la "movida madrileña", ciudades como Móstoles heredaron lo más vivo y auténtico de su legado con el decidido apoyo de sus munícipes.
Móstoles es un vivero de grupos musicales, 10 de las bandas que actuaron en el último Festimad eran de la localidad. Móstoles es una ciudad hospitalaria para los artistas plásticos, para el teatro, el flamenco, o la danza, con una oferta cultural institucional que no tiene nada que envidiar a la de Madrid, sino que es la envidia de muchos madrileños alérgicos al falso casticismo y a la estética cutre de las fiestas, los actos y los monumentos patrocinados por su excelentísimo Ayuntamiento.
Móstoles se hizo ciudad en los años sesenta, los años del desarrollo, como ciudad dormitorio estratégicamente situada en una zona industrial, como apeadero de las oleadas de la inmigración del sur peninsular, pero sus nuevos pobladores, una vez asentados, no tardarían en rebelarse contra su destino y transformar una aglomeración desestructurada y caótica en una ciudad habitable y con el tiempo entrañable.
En las fiestas que se celebran alrededor del día 12 de septiembre, festividad de la Virgen de los Santos, es donde mejor se expresa la pluralidad y la vivacidad de los mostoleños de hoy. En un apretado programa de festejos, este año, se anuncian actuaciones de rock de grupos locales e invitados como Gabinete Caligari, la presencia de Serrat y de Mónica Naranjo, el flamenco puro de La Macanita y Las Corraleras de Lebrija con sus sevillanas corraleras, las nuevas experiencias del ex silencioso héroe Enrique Bunbury, sin faltar la zarzuela, las competiciones deportivas y una variada gama de actos entre los que destaca una feria del asociacionismo femenino en Móstoles.
El alcalde, José María Arteta, se transfigura en Chema, entusiasta guía turístico del Móstoles de ayer, de hoy y de mañana, pues con fluido verbo diseña en el aire el inmediato futuro de la ciudad, nuevos trazados, zonas verdes o ampliaciones del ilustre campus universitario. El turista cronista le sigue en su infatigable periplo por parques, plazas y jardines, vericuetos y senderos de los alrededores donde aún se perciben rastros del Móstoles rural. Entre autopistas y naves industriales pasta un rebaño de impávidas ovejas; su pastor podría ser heredero de aquel personaje galdosiano que le señala el camino de Móstoles al pobre Nazarín. En la novela de don Benito el santo Nazario resucita a una criatura en una callejuela fangosa y sembrada de ortigas y guijarros en los arrabales del pueblo. La resucitada es hija de un difunto matarife y tabernero de la localidad que murió empitonado por un novillo en los encierros, históricos encierros de Móstoles que hoy son quizás un último aunque vivo rescoldo de su pasado agrícola, ganadero y pobre de solemnidad según documenta el autor canario que más hizo por el costumbrismo madrileño.
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