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A la diestra de Pujol

Enric González

Él es Josep Antoni Duran Lleida, abogado de 46 años, natural de Alcampell (Huesca), presidente del comité de gobierno de Unió Democràtica de Catalunya. Su circunstancia es Jordi Pujol. Duran ha desarrollado casi toda su carrera política a la sombra de Pujol, pero eso puede decirse de cualquier político catalán contemporáneo, con pequeños matices preposicionales: bajo, cabe, con, contra... El mérito de Duran es que ha permanecido muy cerca sin que Pujol le aplastara y ha sabido marcar distancias sin alejarse del gran patrón. Nadie en Convergència puede hablar con Pujol tan libremente como lo hace Duran, ni, llegada la ocasión, complicarle tanto la vida. Desde que Miquel Roca desapareció de escena, el líder de Unió disfruta de una situación única. Es el hombre que, tanto en la jerarquía de las encuestas como en el terreno ideológico, se sitúa a la diestra de Jordi Pujol. Y eso, sin pertenecer a su partido. Aún más: perteneciendo a un partido que, en opinión de Convergència, ni siquiera debería existir. El presidente de la Generalitat aún deplora que el viejo partido democristiano se haya negado siempre a integrarse en el fluido magma convergente. Josep Antoni Duran Lleida descubrió el catalanismo y la fe democristiana a una edad relativamente tardía. Había nacido en la franja oscense donde se mantenía vivo el uso de la lengua catalana, y sus padres, director de sucursal bancaria y ama de casa, hablaban catalán. Pero Duran sólo encajó ese idioma con una cultura, una historia y una bandera cuando se trasladó a Balaguer (Noguera) para estudiar el bachillerato superior. Algo más tarde, ya en la Facultad de Derecho de Lleida y como lector de Cuadernos para el diálogo, se identificó con el catolicismo social. Se afilió a Unió en 1974, el año de su licenciatura como abogado, tras haber colaborado con grupos católicos aragoneses de oposición al franquismo. Pero no era un democristiano al uso de la época: nunca ha sido hombre de sacristía. Tampoco hace profesión pública de sus creencias, aunque suela apoyar sus discursos con citas papales y conozca al dedillo la doctrina social de la Iglesia. Sabe, eso sí, adaptarse a las circunstancias: si emprende viaje con un correligionario como Xavier Arzallus, tiene el detalle de santiguarse. Su carrera en Unió arrancó con rapidez: en 1976 ingresó en el Consejo Nacional y en 1977 alcanzó la presidencia de las juventudes del partido. Fracasó en su intento de alcanzar la alcaldía de Lleida en 1979, pero obtuvo una tenencia de alcaldía, y el año siguiente Pujol le integró en su primer gobierno como secretario de Asuntos Interdepartamentales de la Generalitat. Poco después fue nombrado delegado de la Generalitat en Lleida, y en 1982 ganó un escaño en Madrid. La red internacional Por aquella época, Duran se había forjado una cierta fama de soltero de oro y representaba al sector más progresista de Unió. Era, por ejemplo, muy flexible ante el tema del divorcio. Para él, el límite estaba, y sigue estando, en el aborto. También hizo bandera del europeísmo: en 1985 fue elegido representante español en el Parlamento Europeo, un cargo desde el que empezó a tejer una red de contactos internacionales que el propio Pujol le envidia. Su vicepresidencia de la Internacional Democristiana y su influencia en el Partido Popular Europeo le han abierto muchas puertas, que él ha mantenido abiertas para otros políticos -Aznar le debe favores en ese sentido- y para numerosos empresarios, que nunca olvidan a Unió a la hora de repartir donativos. Su matrimonio en 1986 con Marta Colls, también abogada y también militante de Unió, hija de un importante abogado barcelonés, le proporcionó estabilidad sentimental y económica. Al año siguiente, 1987, alcanzó su actual cargo de presidente del comité de gobierno de Unió e inició su personal pulso con Jordi Pujol, un pulso que les mantiene forzosamente unidos y enfrentados. Duran nunca ha querido, ni hubiera podido, vencer a Pujol. Se ha limitado a marcar distancias, a reforzar su partido con mano de hierro -es tan respetado en Unió como Pujol en Convergència- y a esgrimir su homologada ideología democristiana frente al hervor conservador-liberal-socialdemócrata del nacionalismo pujolista, convencido de que el tiempo juega a su favor. Si Pujol tenía química con Felipe González, él la tiene con José María Aznar. Si Pujol se niega a tener ministros propios en el Gobierno de Madrid, Duran se pregunta por qué no. Josep Antoni Duran Lleida no es un hombre simpático. Es tímido y tiende a la frialdad. Procura rehuir las visitas electorales a los mercados y las gestas populistas y prefiere forjarse una imagen de estadista sólido. Ha conseguido una cierta celebridad en Madrid como presidente de la Comisión Mixta de Traspasos, sin arrostrar el rechazo que Pujol y el nacionalismo catalán despiertan en ciertos sectores. Es respetado por el conjunto de la clase política catalana -con significativas salvedades en Convergència, donde se le detesta cordialmente- y, como ex estudiante de periodismo, domina el arte de regalar titulares a la prensa. Las encuestas le sitúan como auténtico número dos de Convergència i Unió. Está convencido de que el futuro es suyo.

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