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ERC, IC y la alternanciaXAVIER BRU DE SALA

Se comprende que Josep Lluís Carod-Rovira quiera disputar a Àngel Colom el poco espacio del que éste disfruta y busque una mayor interlocución con Convergència Democràtica (CDC), pero mal empezamos cuando, por lo menos mediáticamente, la prioridad de Esquerra Republicana (ERC) e Iniciativa per Catalunya (IC) no es la elaboración de una especie de programa común con el que suplir las vaguedades líricas del recién llegado Pasqual Maragall. Son muchas las diferencias de cultura política, de trayectoria y estilo que separan a ambas formaciones, pero después de tantos años de oposición -más IC- y a la vista de un posible movimiento en las aguas del lago catalán, bueno sería que empezaran a formarse una imagen de partidos de gobierno mediante un pacto que podría reforzar su maltrecha credibilidad en tanto que formaciones capaces de formular propuestas políticas concretas con posibilidad de ser llevadas a la práctica. El doble activo de IC está, por un lado, en la gestión municipal -los alcaldes Antoni Farrés, Francesc Baltasar... y la teniente de alcalde Eulàlia Vintró-, y por otro en la manera con la que la formación ha mantenido el tipo en tiempos de rebajas ideológicas sin caer en el entreguismo de la socialdemocracia o en la demagogia de un Julio Anguita o el desaparecido Georges Marchais. En las circunstancias actuales, el traslado del activo municipalista a la opción de IC a la Generalitat no está nada claro. Más bien huele a diáspora dilapidadora. Y no basta con la apelación a un talante que es un valor inestimable de la política catalana para contribuir en serio a propiciar la necesaria alternancia. A IC, y al país, le hace falta una nueva apuesta, consellers in péctore incluidos. Hasta que su carta a Jordi Pujol y Maragall empezó a sembrar dudas, Carod había llevado a ERC donde tenía que haber estado siempre, en la izquierda inequívoca, sacándola de la posición de ala radical del pujolismo en la que la pusieron Barrera y, de modo más rotundo, Colom. Renunciar de facto a planteamientos de izquierdas en nombre de la patria comportaba difundir la creencia de que el nacionalismo catalán sólo puede ser de derechas o subordinarse a ellas. Uno creía que el frente nacional implícito que durante tantos años ha funcionado como referente interno de ERC, y que tanto seguidismo enragé le propició, era cosa del pasado. Y sería bueno que no volviéramos a las andadas. Es posible que haya un espacio electoral sociovergente, con una cierta proporción de ciudadanos, mayor o menor, capaz de preferir un hipotético partido intermedio y renovador a los dos mastodontes de nuestra vida política. No puede saberse con certeza porque la mercadotecnia política no está suficientemente afinada como para asegurarlo, pero es verosímil suponer que un partido de este tipo podría tener una buena acogida. Desde luego, no es ERC la formación adecuada para capitalizar su ausencia y cosechar votos por ahí. Como dijo el mismo Carod al asumir la dirección del partido, la función de ERC es catalanizar a la izquierda (naturalmente, desde el seno de la izquierda y entendiendo que catalanizar es contribuir a la formación de un catalanismo popular de nuevo cuño, que, sin abandonar su propia tradición parta sin complejos de la realidad real, no la imaginaria). Los mejores planteamientos de oposición en el Parlament corren a cargo de Rafael Ribó y Carod, pero como pintan poco, se les suele hacer un caso proporcional a la capacidad de incidencia. El bipartidismo se verá incrementado por la batalla Pujol-Maragall. Descartada una olivera por los cálculos de la aritmética electoral, ¿cómo van resistir la presión IC y ERC si no se recuperan de sus respectivas escisiones imprimiendo un giro común a su oferta? Sabido es que no hay alternancia posible a Pujol sin su colaboración, pero se da por descontado que, llegado el caso, sería incondicional o de simple matiz en las carteras que llegaran a ocupar. Sin embargo, frente a la política de esperar a ver si cae la fruta madura, hay otros modos, más activos, de salir a la palestra. Y, posiblemente, no haya otro mejor que el de una colaboración seria y decidida. Me refería al principio a una especie de programa común. En efecto, las coincidencias de partida son suficientes como para elaborarlo. Las diferencias en el plano estratégico son fundamentales y, hoy por hoy, no se puede pensar en nada parecido a un principio de fusión. Pero no dirán que no pueden ponerse de acuerdo para proponer unos cuantos puntos programáticos para el Gobierno de la Generalitat en los próximos cuatro años, sin por ello quedarse cada cual con un espacio propio de oferta a medio plazo, acorde con sus objetivos y sus visiones diferenciadas de la sociedad. Si los redactaran y presentaran, se convertirían automáticamente en un punto de referencia imprescindible en los próximos comicios autonómicos y los dos van a a salir ganando. Si prefieren encastillarse en la distancia de las rencillas, la talla de los rivales y el fragor de la contienda entre Convergència i Unió (CiU) y el Partit dels Socialistes (PSC) facilitará el proceso de marginalización contra el que, cada uno por su lado, no aciertan a luchar con eficacia. Por último, a Maragall y al PSC no les vendría nada mal que alguien les tomara la delantera concretando objetivos y programas para la próxima legislatura. Tal vez el ejemplo les animaría a salir del pantano en el que andan metidos. Se trata, simplemente de responder de una vez a una simple pregunta: ¿Qué Cataluña quiere la izquierda?

Xavier Bru de Sala es escritor.

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