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Aznar apremia la reunión con Almunia en busca de una nueva imagen

Luis R. Aizpeolea

El Gobierno ha acelerado sus contactos para conseguir que en el menor plazo posible, "cuanto antes", se celebre la anunciada reunión entre José María Aznar y Joaquín Almunia. El presidente del Gobierno inicia el nuevo curso político con varios frentes abiertos -el empate técnico con el PSOE de la última encuesta del CIS, la crisis de Asturias, el relevo de Álvarez Cascos en el PP...- y ha decidido darle prioridad a esta reunión. Con ella busca una imagen dialogante y de normalidad institucional, dentro de su estrategia de intentar gobernar en clave de "centro reformista". Su interés por esta cita se ha materializado ya en un contacto en las últimas horas.

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El desinterés que el Gobierno de José María Aznar había mostrado hasta ahora por la reunión con el secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, se ha trocado, para sorpresa de los socialistas, en un objetivo prioritario del Ejecutivo. En febrero, cuando ambos se vieron por última vez, Almunia entregó a Aznar un texto con propuestas concretas sobre la reforma de la Justicia que no tuvo respuesta del Gobierno hasta junio, después de que el secretario general del PSOE advirtiese que no habría una nueva reunión con Aznar mientras no se avanzara en cuestiones concretas, entre ellas la renovación de las cuatro vacantes del Tribunal Constitucional.Ahora es el Gobierno el que quiere acelerar el proceso. El jueves pasado, el jefe de Gabinete de la Presidencia, Carlos Aragonés, se puso en contacto con el jefe de Gabinete del secretario general del PSOE para reanudar los contactos. Ayer lo confirmó el portavoz del Gobierno y ministro de Industria, Josep Piqué, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. Los populares no ocultan su deseo de que la cita se celebre "cuanto antes".

El Gobierno quiere anotarse este tanto en el estreno de la temporada política para ratificar su estrategia de que, a partir de ahora, el PP intentará ser "un partido dialogante" y "centrista". Esa imagen no quedaría completa sin un encuentro con el PSOE, con el que ha mantenido una guerra total en los dos años que van de legislatura.

Esta operación mediática tiene que ver con los resultados que arrojan las sucesivas encuestas de opinión, como el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), del mes de julio, en el que el PP no termina de despegar respecto del PSOE. Formalmente, sin embargo, el portavoz del Gobierno trataba ayer de restar importancia a esta situación e invocaba la teoría de Aznar de la "lluvia fina", sin citarla, al señalar que la "buena percepción que tienen los españoles de la situación política y económica" terminará por traducirse en votos en las elecciones generales.

Cascos, el peor valorado

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De momento los resultados son otros. El vicepresidente primero del Gobierno, Francisco Álvarez Cascos, que ha personificado como nadie en el Ejecutivo la dura batalla frontal contra la oposición y ha dejado pudrir la crisis institucional en el Principado de Asturias, cuyo resultado final está por ver, arroja los peores resultados de la tabla en la valoración que los electores hacen de cada uno de los miembros del Gabinete Aznar. De ahí que el Ejecutivo quiera enterrar la etapa de guerra total, a la que recurrió cuando el barómetro de otoño de 1996 le daba una situación de expectativa de voto similar a la actual. Entonces optó por desenterrar el hacha de guerra, y Álvarez Cascos dedicó al PSOE graves acusaciones de implicación en la guerra sucia contra ETA. La experiencia no se tradujo en la mejoría de las expectativas electorales del PP.El Gobierno trata ahora, con un experimento mediático, en el que su nuevo portavoz, Josep Piqué, es una pieza fundamental, de despegarse del PSOE con una nueva imagen que no acaba de encontrar. En esta línea, ayer reiteraba las facilidades que ya adelantó Aznar el martes en Quintanilla de Onésimo, para que se pueda celebrar la reunión con Almunia. Diálogo sin condiciones. Con foto o sin foto, con agenda abierta o limitada. Lo importante es que se celebre y a poder ser cuanto antes, repitió Piqué. Si es posible, antes del 12 de septiembre, en que Aznar viaja a Colombia y Perú.

Pese a la situación económica favorable, los populares afrontan con incertidumbre esta segunda parte de la legislatura, plagada de retos electorales, que arrancan el 25 de octubre en el País Vasco, siguen con las catalanas, las municipales y autonómicas, en junio del 99, y se cierran con las generales. Su reto es encontrar un programa orientado a atraer votos de las clases medias y de los jóvenes. De ahí la reforma del Impuesto sobre la Renta y la supresión de la mili.

En su empeño de resaltar la importancia de los objetivos del Gabinete, Piqué improvisó ayer un discurso sobre la revolución tecnológica. Pretendía demostrar que el Gobierno no carece de ideas, frente a las críticas de los socialistas, que estiman que el PP ya ha agotado su programa de la legislatura.

A favor del PP, en cualquier caso, juega la estabilidad parlamentaria. La relación del Ejecutivo con los socios nacionalistas, pragmática, le sirve para garantizar su acción de Gobierno. Las elecciones vascas de octubre, en las que el enfrentamiento entre el PP y el PNV será total, incluso en terrenos muy delicados como el terrorismo, no afectarán al pacto PNV-PP en el Congreso de los Diputados. Ambas partes han acordado separar estos ámbitos.

El Gobierno, como tal, ha renunciado a la batalla ideológica con el nacionalismo y ha reaccionado con moderación, rayana en la indiferencia, ante la Declaración de Barcelona, suscrita por los tres partidos nacionalistas de las nacionalidades históricas, en la que se cuestiona la autonomía como vía de autogobierno y se propone la confederación. A mediados de septiembre, los tres partidos nacionalistas concretarán en Bilbao sus propuestas. Entonces el Gobierno sí tendrá más difícil hacerse el desentendido.

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