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Mercados calientes

Hay que reconocer que desde hacía muchos años los mercados de valores no conocían un mes tan agitado, ni siquiera el desplome de octubre de 1997, motivado por la crisis de las economías de Extremo Oriente, tuvo un impacto tan profundo y prolongado. La cuestión radica en saber si el comportamiento de los mercados de valores es el lógico y explicar por qué pasa lo que pasa. Primera idea importante. La Bolsa española y la mayor parte de los valores cotizados en la misma gozan de una buena salud. Sea cual sea el indicador que se adopte los resultados globales son positivos. Los avances de las cuentas de resultados de las empresas presentan unas cifras realmente positivas en todos sus apartados. Los tipos de interés españoles a corto deben converger todavía más a la baja de lo esperado en el entorno del 3,5%. La tasa de crecimiento de la economía roza el 4% y no hay peligro de un cambio de tendencia inmediato. El déficit del sector público, gracias al incremento de los ingresos por la excelente coyuntura y al control del gasto, presenta un perfil decreciente y por lo tanto las necesidades de financiación pública se están reduciendo drásticamente y la demanda de fondos al ahorro privado alcanza cifras mínimas. Es cierto que existe alguna que otra sombra preocupante. Por ejemplo, la sobrevaloración de ciertos mercados y de ciertas acciones. Sin embargo, la más grave reside en el comportamiento de nuestra inflación respecto a la centroeuropea. En un contexto de caída de precios de las materias primas y de muchos productos industriales, con una contención salarial y reducción de los costes financieros, no puede ser que nuestro diferencial de inflación con Alemania se sitúe en 1,3 puntos. Este comportamiento es insostenible y encierra un serio peligro para nuestra economía, como lo demuestra la evolución del tipo de interés español a largo respecto al alemán, cuyo diferencial se ha incrementado sustancialmente en los últimos meses. Primera conclusión. Parece evidente que a la vista de la información disponible, la explicación de lo que está sucediendo no responde a variables internas. La respuesta hay que localizarla, por lo tanto, en el exterior y en la globalización de la economía. La globalización significa, ciertamente, que puedo comprar valores de cualquier país y suscribir títulos en la mayor parte de los principales mercados. Pero también significa que si la compañía Telefónica cotiza en Nueva York o Tokio y estos mercados caen por circunstancias internas, es lógico esperar un cierto efecto de arrastre que no tiene por qué responder a comportamientos del propio valor. Significa igualmente que si un país va mal, como el resto de países tienen intereses ubicados en el mismo (en forma de empresas que trabajan allí, o préstamos bancarios o gubernamentales hechos a empresas o gobiernos), arrastra al resto de países. Así, por ejemplo, si Rusia atraviesa una grave crisis que puede acabar de forma imprevista, las empresas que hayan invertido en dicho país pueden perder o tener dificultades para recuperar sus activos y por tanto es lógico que estas empresas vean sus cotizaciones afectadas. Igualmente si Rusia repudiara la ingente deuda, los grandes prestamistas (FMI, EE.UU., Alemania, Japón) perderían sus activos. Algo de esto encontramos en la evolución de algún valor español. Telefónica, BBV, Santander, Endesa, BCH, etc., valores todos ellos que han efectuado importantes inversiones en Latinoamérica están sufriendo un duro castigo y sus cotizaciones han perdido claramente por encima de la media. Los mercados descuentan el riesgo de que pase algo: devaluaciones, elevaciones del tipo de interés, menor rentabilidad, etc. Pero por encima de todo lo que están cotizando los mercados es el ambiente de crisis generalizada que se vive a escala mundial, dentro del cual la UE aparece como una isla de crecimiento en un mar de crisis. Se mire donde se mire el espectáculo no puede ser más deprimente. La crisis se localiza en 5 frentes graves. El primero en Rusia. La situación de caos que vive la economía desde hace meses ha tocado fondo con la suspensión de la conversión del rublo, el caos político, el incremento de los precios, etc. ¿Quién apuesta algo por una salida no traumática en dicho país? El segundo en Japón. La crisis japonesa no tiene fin. Los planes presentados por el nuevo gobierno no reciben la aceptación del Parlamento. No hay acuerdo ni siquiera para el plan de saneamiento del sistema bancario, auténtico nudo gordiano de la crisis japonesa. Mientras tanto se hunde el Nikkei y se sitúa en valores próximos al 13.000, con una caída en los últimos días de un 20% adicional a las ingentes pérdidas acumuladas desde 1990. El tercero en los restantes países de Extremo Oriente. La crisis inacabable iniciada en 1997 no ha encontrado salida y todo parece indicar que se prolongará mucho más de lo previsto. La interconexión de todas las economías entre sí, con Japón y EE.UU., hacen más difícil la salida, cuando estos países también están en crisis. Nadie tira de nadie para salir de la crisis. Y todo ello en un ambiente en el que se agravan los problemas: desconfianza, hambre y crisis política en muchos países, inundaciones en China, ingentes pérdidas, inundación de los campos petrolíferos, etc. El cuarto en EE.UU., Canadá y Reino Unido. Estados Unidos se encuentra en la fase decreciente del ciclo después de 7 años de expansión. La Bolsa se encuentra sobrevalorada y, aunque las expectativas no son tan pesimistas por la favorable evolución de los precios y de los costes, es posible que se eleven algo más los tipos de interés, o decrezcan los beneficios empresariales. Todo ello adobado por un interminable problema político, atentados y represalias internacionales. Canadá y el Reino Unido siguen el ciclo norteamericano y por tanto poco pueden ayudar a reactivar la economía mundial. El quinto y último en los países Latinoamericanos. Si bien la crisis en estas economías no es comparable a la de Rusia o Extremo Oriente todos los mercados han apostado por un efecto de contagio derivado de los problemas existentes y la clara sobrevaloración de la mayor parte de sus monedas. La Unión Europea configura el único conjunto de países con una coyuntura expansiva a corto y medio plazo. La pregunta fundamental consiste en descifrar si los valores españoles deben pagar y cotizar tan fuertemente como lo están haciendo estas negras expectativas internacionales. La respuesta es negativa. No parece que por la realidad económica española, su nivel de interdependencia con las zonas más calientes, la internacionalización de nuestras empresas, etc. sea de la entidad suficiente como para experimentar semejante castigo en los precios. Si todo el entorno sigue evolucionando negativamente y si no se alumbra algún tipo de solución, la UE no podrá mantenerse al margen y el sector real, las empresas, acabarán pagando la factura. Pero no parece probable que ese deba ser el escenario. En resumen, el mal de altura por las elevadas cotizaciones y lo rápido que habia subido nuestra bolsa en la primera parte del año ha propiciado el nerviosismo de los inversores, junto con un efecto de contagio de un contexto internacional oscuro y una sobredosis especulativa en todos los mercados explica buena parte de lo sucedido estos días. Para concluir una nota de humor. Estos días los informativos no han parado de proclamar el carácter internacional de la crisis con tanta insistencia como hace meses comentaban la confianza de los inversores en la política económica del gobierno. En otras palabras, si va bien el mérito es del gobierno y si va mal son los mercados exteriores los que tienen la culpa. Todo un ejemplo de objetividad.

A. Martínez es catedrático de Economía Aplicada.

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