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A un joven amigo alemán

Como muchos de nosotros, he venido aquí traído por la esperanza, una esperanza que vosotros justificaréis (*). Está arraigada en el deseo de intervenir en la historia para colocar el próximo siglo bajo el signo de la solidaridad humana en vez del de la violencia.Como sois alemanes, y jóvenes, muchos de nosotros os vemos de una forma diferente y singular. Ser alemán en este fin de siglo no es sencillo. Pertenecéis a una generación que está decidida a descubrir todo lo que se os ha ocultado. Puesto que ahora sois responsables de un recuerdo cuyo rastro quema, necesitáis no sólo nuestro apoyo, sino también nuestra confianza, confianza en vuestra sed de integridad, en vuestra capacidad para conseguirla. Confianza en vuestra sed por una cultura de esperanza.

Hubo un tiempo en que la cultura alemana y la cultura europea representaban la grandeza de la especie humana, definida por sus ambiciones y elevada por la misma curiosidad y la misma necesidad de trascenderse a sí misma por medio de una búsqueda de la verdad compartida.

El judío que hay en mí me obliga a seros sincero y a decir: nunca he sentido odio hacia vosotros. Intenté calcular vuestra angustia y entender la carga de horror que recae sobre vuestros hombros. De vosotros depende humanizar una historia que habéis heredado, dándole un significado redentor. Debido a que vuestros mayores abrieron el abismo, vuestra mirada podrá sacar de sus profundidades una cierta luz que iluminará a los que busquen el día de mañana. Debido a que aprendisteis los peligros del fanatismo y del odio, sentís la necesidad de desarmarlos.

Nos hemos reunido aquí para hablar sobre la cultura y, gracias a vosotros, afirmar nuestra confianza en sus posibilidades para volver a crear un mundo sobre las ruinas de un pasado lleno de maldiciones, pero también de resistencia a las maldiciones. En realidad, ¿cómo se puede hablar de cultura en una ciudad que desde hace una eternidad ha contribuido tanto a su enriquecimiento, pero también a su terrible desmoronamiento? Berlín ha dado mucho al mundo de las ideas y de la creatividad artística, pero también ha hecho mucho por empobrecerlo privándole de la libertad y de la generosidad, sin las cuales la mente y el alma encuentran la vida insoportablemente desesperante y absurda.

¿Acaso no fue el profeta, al mismo tiempo que filósofo, Friedrich Nietzsche quien proclamó que "allá donde Alemania extiende su poder, se destruye la cultura"? ¿Cómo íbamos a imaginar que varias décadas más tarde se vería socavada por los dioses malignos de la estupidez racial y de la locura nacionalista?

En aquellos tiempos, la cultura -que era y siguió siendo la religión de los intelectuales agnósticos- se veía amenazada por su fascinación por la muerte. Pero se negó a desaparecer. ¿Qué es la cultura? ¿Cómo la identifica uno? ¿Cuáles son sus componentes visibles y tangibles? ¿Cuál es el límite más allá del cual traiciona su vocación? En los diccionarios se habla más del "cultivo de la tierra" que de iniciativas artísticas o literarias.

En realidad, la cultura es algo más. La cultura posee su propio lenguaje; la cultura es un lenguaje. A través de su corrupción, se ha empezado a manifestar el declive de las civilizaciones europeas. De repente, las palabras se han convertido en vehículo de falsedad y de decepción. Cuando Nelly Sachs se refugió en Suecia, acabó en una clínica psiquiátrica, y las palabras que utilizaba tenían un significado que no era ni siquiera contrario, sino otro. De un modo diferente, Stefan Zweig tropezó en Brasil con un obstáculo similar. En cuanto a Paul Ancel o Celan, repetía su agónico mantra: "Der Tod ist ein Meister aus Deutschland" ("La muerte es un maestro que viene de Alemania").

Para vosotros, jóvenes amigos alemanes, esto representaba un desafío inevitable. Para rechazar el extremismo, tanto el de la derecha como el de la izquierda, tuvisteis que comenzar desde el principio. Afrontar las pesadillas de anoche con los sueños de mañana. Recuperar la memoria para repudiar la infame ideología de vuestros antepasados por la que esos recuerdos cobraron vida. Necesitabais motivos para reinventar la esperanza. Y repetir con Camus que "en el hombre hay más cosas dignas de encomio que dignas de denigración".

Y lo habéis conseguido. La Alemania de hoy es totalmente diferente de la del pasado. La juventud de vuestro país merece vuestra estima. Su sed de conocimiento se ve igualada por su pasión por la justicia social. Como muchos otros países, lucha por los derechos humanos tanto en casa como en el extranjero. Su adhesión a una cultura que vaya más allá de las fronteras étnicas, nacionales y religiosas representa una promesa que está por encima de la política.

Sin embargo, permitan que, como testigo judío que soy, os dé un pequeño consejo: a las puertas del siglo XXI, toda la cultura debe ser ética. Y la ética implica una actitud humana hacia el prójimo: hacia el atrapado por la esperanza y hacia la víctima de la injusticia. Como guía y orientación, defended el derecho a recordar que tiene toda persona. La memoria nunca ha afectado a tantos en esta tierra, y en cualquier otra parte.

Al mirar hacia adelante, no olvidéis el pasado, jóvenes amigos alemanes, aunque en algún momento pueda llevaros a la desesperación. Edouard Herriot se equivocaba al citar un proverbio japonés que dice: "La cultura es lo que queda cuando se olvida todo lo demás". Hoy, en Berlín, creemos, debemos creer que es lo que nos une cuando no se olvida nada.

Elie Wiesel, escritor y premio Nobel de la Paz, tiene una larga trayectoria en defensa de los derechos humanos y del pueblo judío. (*) El escritor se refiere al acto cultural celebrado el pasado 19 de agosto en el teatro Berliner Ensemble por el Partido Socialdemócrata Alemán.

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