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La ideología de la austeridad

Para extender el nivel de consumo de un americano medio a toda la población, se requerirían ciento treinta veces la producción mundial de 1979. (Irvine y Ponton, 1988). Los ritmos actuales de extracción y uso de recursos y la producción de desechos y contaminación asociadas a ellos son insostenibles. La aplicación de nuevas tecnologías no solucionará la crisis ecológica, tan sólo retrasará los efectos de la misma, debida a que los límites al crecimiento son invariables. (Meadows y otros 1974). Ante dicha situación. Los Verdes proponemos el principio precautorio, es decir, si sospechamos que las consecuencias del crecimiento económico van a ser negativas, aunque no pudiéramos demostrarlo, lo prudente sería no crecer. La crítica ecologista a la economía se basa en los dos principios fundamentales de la termodinámica, según los cuales es fácil deducir que a mayor crecimiento económico, mayor reducción del potencial energético del planeta. Dicho de otro modo, más dificultades para la supervivencia de las próximas generaciones. El sistema capitalista es incompatible con una sociedad sustentable, por su dinámica expansiva y su tendencia, asociada con la lógica del mercado, a funcionar a corto plazo. Además, el crecimiento económico suele incrementar el desempleo y la inflación, dado que requiere la incorporación de tecnologías cada vez más sofisticadas, intensivas en consumo de energía y ahorradoras de mano de obra; y al dilapidar recursos, a medida que estos escaseen, incrementarán los precios. Un buen ejemplo es el precio del agua, que hasta hace unos años era un bien prácticamente gratuito y ahora un botellín de un cuatro de litro puede alcanzar las 150 pesetas en cafetería. La causa de este incremento del precio del agua la hallamos en la contaminación de la misma y en su demanda insostenible, lo que la ha convertido en un recurso escaso. En otras palabras, la externalización de costes de muchas empresas la pagamos los consumidores como impuestos indirectos en los productos de primera necesidad, lo que resulta doblemente injusto. En primer lugar, porque pagamos entre todos la mala conducta de unos pocos y, en segundo lugar, porque al gravar un bien básico, en proporción son los pobres quienes pagan más. El gasto generado por la depuración de aguas debe recaer sobre las empresas contaminadoras. Las dificultades para llevar a cabo algo tan obvio las descubrimos cuando nos enteramos de que en el País Valenciano sólo se conoce los vertidos generados por un porcentaje reducido de empresas. Por tanto, debemos considerar al crecimiento económico como el responsable del desempleo y la inflación, por lo que no se nos puede ofrecer como la solución para los mismos. Los planes económicos se realizan sobre la base del cálculo del PIB, pero éste no contabiliza el trabajo no asalariado, que en algunos países se ha estimado en un 60% del PIB; no indica cómo se distribuye la renta; ni si los métodos utilizados son sostenibles o esquilmadores. El PIB no es útil por si solo para medir el bienestar alcanzado por una sociedad, por lo que debe ir acompañado de indicadores sociales y medioambientales, tales como tasas de alfabetización, mortalidad, desempleo, cifras de deforestación, emisiones de anhídrido carbónico, consumo de energía, y otras. La dificultad que encontramos Los Verdes para que nuestro discurso cale en un público amplio es que implica una asunción de la austeridad como modo de vida y esto difícilmente se va a convertir en la ideología de la mayoría; a no ser que la gente aprenda a sustituir las satisfacciones materiales superfluas por verdaderas necesidades, descubriendo lo poco que necesitamos para vivir, cuando tenemos satisfechas las necesidades afectivas y nos hayamos en comunicación con nuestro entorno.

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