El príncipe parlante
De Merode, uno de los últimos 'dinosaurios' con influencia a la baja en el COI
Alexandre de Merode es uno de los últimos dinosaurios del Comité Olímpico Internacional (COI). El príncipe belga, que ha echado aún más leña al fuego de los escándalos del dopaje con sus acusaciones a España y a Samaranch en el periódico francés Le Figaro, está entre la media docena de miembros más antiguos del olimpismo. Sólo dos personajes de peso son más veteranos: el suizo Marc Hodler, aún miembro de la comisión ejecutiva, y Joao Havelange, el brasileño recién salido de la presidencia de la FIFA. Ambos entraron en el COI en 1963, un año antes que él. De Merode, de 64 años, es más antiguo, incluso, que Juan Antonio Samaranch (pese a que éste ya ha cumplido los 78), que ingresó en el COI en 1966, dos años después. Catorce más tarde, el 18 de julio de 1980, mientras el español se convertía en presidente, De Merode entraba por primera vez en la comisión ejecutiva de la que sólo saldría entre 1990 y 1994, y hace unos meses. Y de 1986 a 1990 fue vicepresidente. Teniendo en cuenta que la comisión ejecutiva, dentro del mandato de Samaranch, es el cerebro decisivo del COI y que sus miembros son los únicos con capacidad real para influir de una forma directa en el poder casi absoluto del presidente, es indudable que De Merode ha sido y aún es un personaje importante del olimpismo. Y si se recuerda que preside la comisión médica desde hace 31 años, apenas tres después solamente de entrar en el COI, con la importancia que ha ido tomando el problema del dopaje, se abona aún más la teoría de su protagonismo.
Cuestión distinta es que su tiempo de relativo mando ha ido pasando y que ahora casi es una figura decorativa en las grandes líneas de Samaranch. Pero el olimpismo, aunque modernizado y convertido en un gran negocio por el presidente español, vive siempre de ciertas nostalgias y de nombres que enlazan con el pasado aristocrático del movimiento. Samaranch no ha querido, ni podido, profesionalizar todo el COI. Tampoco poner todas las mordazas y De Merode es un buen ejemplo.
Sin influir ya en asuntos decisivos, el príncipe sí guarda la suficiente independencia que le pueden dar su veteranía y su nobleza. Es el príncipe parlante, porque si hay algo que caracteriza a De Merode es no tener pelos en la lengua. Más que astuto es soltero y presumido, con la base de la experiencia que le dan sus muchos años en el COI. Está convencido de luchar contra las trampas del dopaje y defiende a sus médicos, los que hacen los controles, pero no a los que considera fuera de la ley, que también los hay, sin duda, por mucho corporativismo que tenga la profesión. El problema es su punto de soberbia, que le lleva a enfadarse por la mayor independencia de Samaranch, al que siempre ha envidiado. Por eso, al molestarle la propuesta más avanzada del presidente sobre la reducción de la lista de productos prohibidos a los que sean perjudiciales para la salud, ayer mismo recalcó en una radio belga que achacó al entorno español la tendencia al dopaje. Una boutade que en la cínica diplomacia olímpica se salvará tras la reunión del próximo domingo.
Porque la otra teoría de que De Merode aspira a suceder a Samaranch es bastante descabellada. No es una figura con peso suficiente entre la vieja guardia del COI y la nueva, o la franconfonía, apostaría mucho más, por ejemplo, por su compatriota Jacques Rogge, presidente ya de de los Comités Olímpicos Europeos y miembro de la ejecutiva. El COI, justamente, quiere ya ejecutivos, no aristócratas como De Merode, que tras sus viejos estudios de derecho y filosofía en las Universidades de Lovaina y San Luis de Bruselas, vive acomodadamente entre la capital, su castillo de Charleroi y su casa veraniega de Cerdeña. Su patrimonio familiar y sus puestos en diferentes sociedades se lo permiten, así como para dedicar mucho tiempo libre al COI y a sus deportes preferidos, casi todos acuáticos, el remo, la plancha a vela, el esquí acuático, y el ciclismo. Ya no fuma ni bebe como antes, pero se conserva bien. Sobre todo, de voz.
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