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La quinta del buitre

RETRATOSEn 26 años de vida, a este joven sevillano le ha dado tiempo a desarrollar cuando menos tres personalidades. Es José Francisco Vicario, el nombre de pila que le pusieron al bautizarlo sus padres, los dos empleados en un almacén de aceitunas. Es Paco Candela, el nombre artístico que figura en los dos discos que ha grabado, Al calor de mi gente y Recuerdo de Sevilla. Es finalmente don Francisco de Mairena, uno de los dos aventureros que participa en la octava expedición a las Indias Orientales para enseñarles por mandato de Felipe II el noble arte de la cetrería a los indios guayapi del Orinoco, el hombre de voz profunda con el público y mano suave con el buitre leonado y el águila real. Don Francisco de Mairena tiene un compañero de expedición, don Javier de Vargas, que da entrada a las aves y relata esta expedición ambientada en 1541. Javier Vargas, que es su verdadero nombre,tiene 32 años, es licenciado en Derecho y antes de trabajar con cernícalos, halcones y búhos fue socorrista en Guadalpark, mantenedor y relaciones públicas de cruceros turísticos. Su padre anduvo con animales de otra estirpe cuando figuraba en los carteles taurinos como Salomón Vargas Gitanillo de Camas. En el espectáculo El retablo del aire dan paso a dos cernícalos; al azor de Harris que aparece con música de Morricone y está unido a la leyenda fundacional de Tenochtitlán; al ratonero; al halcón peregrino, que puede alcanzar los 300 kilómetros por hora; al alimoche, "el pícaro entre las carroñeras"; y al zopilote, también conocido como jote o gallinazo y considerado "cóndor en miniatura". Las dos estrellas de este retablo son el buitre Sebastián y el águila real, referencias centrales de una historia más propia del arte crepuscular de Ginger y Fred que de La parada de los monstruos. Los dos llegaron mermados de facultades. El buitre, con el carpo tronchado, es decir, el dedo de la mano del que salen sus largas plumas; el águila, con el fémur fuera de sitio. Los responsables de este espectáculo hacen de la necesidad virtud y estas aves hacen una versión cetrera del gol del cojo. "El buitre, el alimoche y el águila real han sido cedidos por la Agencia de Medio Ambiente", dice Alfredo Fillol, responsable de esta fiesta aérea, pajarero y técnico en biorritmos. "Son animales irrecuperables para su inserción en su hábitat por un tiro, por aguas envenenadas, por lo que sea". En el laboratorio de Valencina han nacido once halcones peregrinos en cautividad. "Para ellos es un coto inmejorable. No hay agresiones y siempre comen. Actúan para comer, es su estímulo". Junto a este retablo indiano, ofrecen un espectáculo con aves nocturnas, búhos y lechuzas procedentes casi todos de Inglaterra. En esa segunda entrega, titulada Los ojos de la noche, es fundamental el papel de Manuel Escudero, carnicero de Camas que en sus horas libres le suministra conejos y liebres a Sebastián y sabe casi todo de los búhos. El equipo lo completan Diego Jiménez, 23 años, que antes era camarero en Isla Mágica, y Alfredo Fillol junior, 17 años, estudiante de cuarto de Eso, hijo del pajarero. El buitre, el águila y los halcones no tienen vacaciones. "Si no trabajan, no comen. La diferencia es que en invierno su público son los técnicos de mantenimiento, los jardineros y las limpiadoras".

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