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DE CUERPO ENTERO

De 'Casa Pedro' a Ausiàs March

Pocas criaturas tan patéticas como aquellas que acuchillan la pulpa de un verso: matones de cuero y alcornoque; si acaso, el estadista que etiqueta alabanzas y despacha por la uretra la arenilla de una "anécdota pura": el abucheo que le estamparon a Raimon y Pepe Sacristán en Las Ventas, cuando lo de Miguel Ángel Blanco, cuando el uno cantaba en lo suyo que es el catalán, y el otro recitaba lo suyo que es también Bertolt Brecht. El abucheo se artilló en un valle con la posteridad flácida y un ángel de complemento en el quicio, desquiciado. Pero a cierta altura de la vida las fanfarrias con denominación de origen encarroñado ya ni pitan. A esa misma altura de la vida, se enfaja la tripa y la fatiga, y se aceptan los honores con la resignación templada en una verbena de farolillos chinos: el Ondas y la medalla de oro de la Generalitat, que el president Pujol le impuso anteriormente a sus amigos Joan Fuster, Salvador Espriu y Joan Miró. Al cantautor de Xàtiva los principios y las convicciones le han chapado la materia ósea y por sus hemisferios cerebrales se encauza el fluido de la memoria: se evoca soplando el flautín en la banda Música Nueva de su pueblo, o cantándole sus letras a un magnetofón, o de guateque con sus compañeros de instituto: Cote, Ramón Torregrosa, Joan Joan, Vicent Álvarez, Joan Ramos, o de locutor en Radio Játiva, o haciendo teatro de fin de curso, o husmeando yacimientos de arcilla arqueológica, por los arrabales de un lugar de cara suntuosa, purpurada y heráldica de fieras rampantes, leones y reyes pirómanos; y de envés socarrado por un fuego fatuo y coronado, menestral y agrícola. Y luego Valencia, un leve tanteo por el Conservatorio de Música y Declamación, y finalmente a la Universidad, de la mano de Cote, de Josep Lluís García, su paisano y condiscípulo. Con un expediente académico brillante y beca sobre beca, se licenció en Historia. Aún con la greña a perpetuidad de la adolescencia, la ironía a salvo de extramuros del maquillaje, iluminó una madrugada con su tierra y su palabra, y se plantó en el pórtico de la Nova Cançó, que Lluís Serrahima había proclamado en la revista Germinàbit. En Castellón, en un aplec de la Joventut del País Valencià, en octubre del 62, cantó con Els Setze Jutges. Pronto viajaría a Barcelona, una vez y otra: Miquel Porter, Remei Margarit, Josep Maria Espinàs, Francesc Pi de la Serra, Enric Barbat, Maria del Mar Bonet, Els 4 Gats, Ovidi Montllor, Lluís Llach, Jordi Soler, Al Tall, Joan Manuel Serrat, Araceli Banyuls, Guillermina Motta, Pau Riba... Qué nómina. Y dos poetas como dos robustos heraldos del tinglado: Pere Quart y Salvador Espriu. Y Raimon es un espeso y vigoroso frente de comunicación que se convirtió en l"indiscutible líder del moviment, en Raimon -escribió Jordi García Soler- n"ha donat un testimoniatge constant dintre i fora del nostre país. Pero no le interesaba un problema nacionalista burgués, no era suficiente; el problema había que verlo en el contexto de un conflicto de clases, le dijo a Manolo Vázquez Montalbán, en la épica prodigiosa del 68. Desde aquella presencia semanal en Destino, La Columna de Raimon, hasta su libro de poemas D`aquest viure insistent, ilustrado por Andreu Alfaro y presentado en Valencia por Joan Fuster, no se agota esa conciencia cincelada en el frostispicio de la vida y que ahora le canta a Ausiàs March todo el alborozo de un amor por los siglos de seis siglos. Raimon nació en Casa Pedro, un bar de Xavier Marco, lo anunció Miquel Tarradel, y lo recibieron los parroquianos Joan Fuster, Eliseu Climent y Vicent Ventura. Y allí actuó por vez primera en público y le dieron cuarenta duros. Cuando entró lo llamaban El Pele y cuando salió, Eliseu Climent ya le maquinaba un Raimon de pergamino con versal miniada. El Pele era Ramon Pelegero Sanchis, natural de Xàtiva, donde nació el 2 de diciembre de 1940, hijo de Dolors y de Josep, ebanista modesto y laborioso. Un día El Pele escribió Al vent. Y así empezó una historia.

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