_
_
_
_
VERANO 98

Bautizo de sal

Un centenar de vecinos de la Alpujarra se baña por vez primera en el mar

Pilar Alonso presumía de no haberse bañado en la mar salada en sus 74 años de vida. Y allá que fue, coqueta, refajo en mano, a mojarse hasta las pantorrillas. Ante los fotógrafos posaba con desparpajo y buen humor, como Bo Dereck en sus años mozos. "El mar sí lo había visto antes, porque una hija mía vive en Barcelona; pero siempre me ha dado cosa meterme, porque no sé nadar", contaba. Pilar es de Cáñar, un pueblo de la Alpujarra alta con 300 habitantes, que, junto a Carataunas y Soportújar, se ha hermanado con La Rábita, en la costa granadina. El primer acto de confraternidad condujo el pasado lunes a 160 habitantes de los tres municipios montañeses a las calas rabiteñas. El objeto no era otro que pasar un agradable día de playa y dar, a personas como Pilar, la oportunidad de su primer contacto con el mar. "Los años de atraso y aislamiento de la Alpujarra han quedado atrás. Sólo algunos mayores no han salido nunca del pueblo", explica Rafael Vílchez, padre de la idea. Rafael es toda una institución en la comarca. Promotor en la localidad de Bérchules de la celebración de la Navidad en pleno mes de agosto, y ahora una suerte de Moisés guiando al pueblo hacia la tierra prometida. El maná, en esta ocasión, no vino del cielo sino del mar, en forma de moraga de sardinas. La expedición, formada por vecinos de todas las edades, disfrutó, en efecto, de su día playero. Y para octubre está previsto el acto recíproco. Una representación de La Rábita viajará hasta los tres pueblos para devolver la visita. El maná será sustituido allí por un sacrificio porcino. El hermanamiento obedece a razones históricas. Como explica Jesús Valenzuela, delegado de Turismo de la Junta en Granada, que apadrina la idea, "La Rábita también forma parte de la Alpujarra y tradicionalmente ha sido su puerto y su playa". Durante lustros, las mujeres de los pescadores subieron a pie o con mulos hasta las faldas de Sierra Nevada para vender boquerones y jureles. De regreso, abastecían sus capachos con grano, legumbres y hortalizas que trocaban por el pescado en las cortijadas. Del puerto de la Rábita, zarpaban también barcos cargados con uvas, vino y pasas de La Contraviesa. Desde hace años, este puerto tiene que competir, con todas las de perder, con el de Pitres. La localidad alpujarreña reclama los derechos otorgados por el político Natalio Rivas en un disparatado arrebato de delirio electoralista. Según la tradición, los habitantes de Pitres pidieron a Rivas dos cosechas anuales, y les concedió años de 24 meses. Solicitaron un puerto y, ni corto ni perezoso, accedió con una sola condición: "que plantaran las sardinas cabeza arriba para que les diera el sol y se criaran gordas y jugosas". Pitres está a más de 1.000 metros sobre el nivel del mar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_