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Mugidos de pájaro contra decibelios

En los mapas que el Parc Natural dels Aiguamolls de l"Empordà ofrece al visitante, la urbanización de Empuriabrava aparece representada como una inmensa mancha de color gris ceniza que divide por la mitad su verde territorio. Mientras las agencias turísticas promocionan la urbanización con el orgulloso título de La marina residencial más grande del mundo, un naturalista del parque vecino no deja de ver en ella un ecosistema arrasado por la especulación inmobiliaria. Tiene sus motivos para mirarla con desconfianza: el parque se salvó por los pelos de pasar a engrosar esa mancha gris. En 1976, una activa campaña popular bajo el lema Los últimos humedales del Empordà, en peligro alertó sobre la importancia de estos estanques. Por aquellos años, los activistas más lanzados se dedicaban a arrancar por la noche las estacas que los obreros de la futura urbanización clavaban durante el día. Su actuación fue decisiva para que el Parlamento catalán diera legitimidad y protección al parque en 1983. Entre sus más de 1.700 hectáreas de reserva natural integral quedan aún numerosos rastros que atestiguan lo cerca que estuvo el hormigón. El proyecto se bautizó como Port Llevant y preveía construir un puerto deportivo ante la laguna de la Rogera, en pleno corazón del parque. Algunos rastros de este fallido intento urbanizador no son tan testimoniales. Una parte del territorio permanece sembrado de catas geológicas efectuadas para comprobar la resistencia del terreno. Estos agujeros de retroexcavadora, de unos dos metros de profundidad, quedan por debajo del nivel del agua en la época de lluvias. Más de un naturalista del parque ha caído en una de estas traidoras trampas, contra las que son inútiles las botas de agua, y se ha calado hasta los huesos en pleno invierno. Ellos lo llaman la venganza de Port Llevant. Con los años, el Parc dels Aiguamolls ha aprendido a convivir con Empuriabrava y, fiel al dicho de que lo que no mata engorda, ha llegado al extremo de servirse de sus desechos. Sergi Romero, biólogo del parque, explica que las aguas residuales de la urbanización, después de pasar por una estación depuradora y eliminarse el exceso de nutrientes, han propiciado el reciente nacimiento de un nuevo estanque, el Europa, que próximamente será colonizado por las aves. Continuando con esta filosofía, el paso de las canalizaciones de las aguas residuales sobre el río Muga ha sido utilizado como base para sostener un puente de madera que ensancha las rutas al visitante. No obstante, fueron las nutrias, actualmente en proceso de reintroducción, las primeras en demostrar que Empuriabrava no constituía obstáculo para ellas, estableciendo un esporádico corredor biológico entre las dos reservas integrales del parque a través del río Mugueta. Entre los nuevos proyectos de investigación destaca el estudio del bitó o avetoro, un ave escasa y de hábitos poco conocidos. En los humedales ampurdaneses ha aparecido el único nido de Catalunya y se han instalado emisores a sus polluelos. El extraño canto de este pájaro, que se puede oír a primera hora de la mañana o a última de la tarde, se asemeja enormemente al mugido de una res vacuna. Un oyente desprevenido jamás atribuiría a un ave ese graznido profundo y cavernoso. Cuenta la antigua leyenda del bramido, recuperada por la escritora Maria Àngels Anglada en el libro El bruel de Castelló, que estos mugidos, antaño más frecuentes en el campo ampurdanés, pertenecen a los bueyes de un avaricioso propietario rural que se hundió en el fango con su carro repleto de grano en su intento de eludir la unificación de los precios agrarios dictada en el condado. Nada hay más estimulante que cobijarse en uno de los numerosos puestos de observación del parque, abrir sigilosamente una de sus ventanas de madera y sorprender la intimidad de una plácida extensión de estanques y cultivos en los que conviven más de 300 especies diferentes de aves. A un tiro de piedra de este remanso de paz, al otro lado de las aguas del Muga, ruge el verano de Empuriabrava. Para los noctámbulos, la abundante oferta lúdica de la urbanización es sinónimo de juerga desenfrenada. Cruzar los arcos de la denominada Zona Nit supone adentrarse en la auténtica boca del lobo de la movida nocturna. Allí, los bares musicales compiten para echar el lazo a las pandillas de jóvenes a base de cegadores destellos luminosos y ensordecedoras descargas decibélicas. Pero la marina residencial más extensa del mundo, quizá por su misma grandiosidad, depara contrastes. Al otro lado de esta misma avenida, en la terraza del restaurante Taverna de la Muga, los trinos de dos canarios compiten con el fragor de la música máquina de sus ruidosos vecinos. En este local, regentado por Josep y Georgina, modesto pero acogedor, se constata con agradable sorpresa que la tópica paella turística ha sido elevada a la categoría de exquisito ejercicio culinario. Y únicamente hasta las paellas, las sangrías y los espectáculos flamencos que se organizan en Els Arcs llega la curiosidad viajera de una parte de la colonia alemana que domina el censo de Empuriabrava. La cerveza y las salchichas de importación que sirven genuinos locales alemanes contribuyen a que se sientan como en casa. Los urbanistas de Empuriabrava tejieron una laberíntica tela de araña de canales navegables junto a los que se fueron pegando selectos chalets con jardín, piscina y muelle privado. Pero en algunas zonas de la primera línea de mar acabaron por vender su alma al diablo. Ahí levantaron una de las fachadas marítimas de mayor altura y peor gusto de toda la Costa Brava. El mastodóntico edificio Silvia y otros colindantes, de hasta 18 plantas apretujadas, demuestran arquitectónicamente que la inmensidad del Mediterráneo es visible desde un ventanuco.

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