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Entrevista:

J. J. ARMAS MARCELO ESCRITOR "Un escritor no puede estar "despaisajado" ni abstemio"

Isleño de Las Palmas, J.J. Armas Marcelo (1946) prometía como futbolista, pero se decantó por las letras. Comenzó escribiendo para vivir y acabó asumiendo el ejercicio literario como artesanía. Entre sus obras más destacadas cabe citar Las naves quemadas, Los dioses de sí mismos o Madrid, distrito federal. Recientemente ha visto la luz su novela Así en La Habana como en el cielo, que pronto contará su cuarta edición. Pregunta. La suya, ¿es una novela oportuna, u oportunista? Respuesta. Da igual. De mí han dicho tantas cosas, que todas deben ser tenidas en cuenta, por si acaso. Si hablan de la novela, es que está viva. La escribí con la pasión que siento por la isla y por el pueblo cubano, y cuando esas cosas se hacen con el corazón, salen bien y corren con suerte. P. ¿Amar La Habana es sufrir por ella? R. En cierta medida, sí. Es una ciudad tan eterna como Buenos Aires o Estambul, cruce de sufrimientos y pasiones en las cuales hay que incluir los gozos, con la suerte de la resistencia y la supervivencia interna y externa que le permite su sentido del humor. P. ¿Hay adoquines bajo las arenas de Varadero? R. No lo sé. Yo prefiero el Rincón Francés, donde puedes pasearte en pelotas y hablar con los peces. O Tarará, o Marina Hemingway, porque lo que me interesa de los adoquines posibles de Cuba es el mar. P. ¿Es la literatura el mejor modo de entender que existen dos orillas en Cuba? R. Yo creo que Cuba es el país cultural más fuertemente asentado sobre su territorio. El país que de manera más natural desarrolla su propia creatividad, fundamentalmente musical. Es la única literatura del continente enteramente cantada: la poesía cubana se canta toda. El más culto de los escritores cubanos, Carpentier, y el más culto de los antropólogos hispanoamericanos, Fernando Ortiz, escriben con música. P. ¿Cuál es el debate pendiente en la Nación de las Letras españolas? R. Reconocerse a sí mismos, no matarse de manera cainita o jerarquizar con el sectarismo que maneja los muñecos. Al final, por muchas vueltas que le den los caciques, la cosa se ordena y los espejismos no se imponen. Caben Valle-Inclán y Galdós, pero no los hay. P. ¿En qué se convierte el escritor cuando no es bebedor ni viajero? R. Se convierte en libresco, algo que, salvo excepciones, no me interesa. Yo he tenido la suerte de viajar, y de beber, y de sobrevivir a la bebida. Ahora veo que esas cosas, si se aprovechan como memoria literaria, son útiles. Un escritor no puede estar despaisajado ni abstemio. Tiene que sentir esa euforia química que le haga definir lo que está viendo.

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