Verano / 4
Tras la paella a pleno sol, cada uno se dejó caer sobre una hamaca, y entonces había un desastre nuclear al que sólo sobrevivíamos el PP y yo, que como es natural decidí suicidarme al instante con una sobredosis de inmundicias atómicas. Cuando estaba a punto de expirar, el PP me hizo un lavado de estómago para acusarme de homicidio en grado de tentativa, por lo que solicitó la pena capital, restaurada tras la catástrofe. Intenté hacerle ver lo absurdo de sancionar el suicidio con la defunción, pero el PP se desenvolvía en el interior de una lógica impenetrable y fui condenado a muerte de por vida. Una fórmula penal desconocida hasta el momento y que nadie supo explicarme satisfactoriamente.Pasé mucho tiempo en la cárcel, a la espera de la ejecución, y entre tanto canonizaron a Fraga y beatificaron a Álvarez del Manzano y a Isabel Tocino, de quienes recibía estampas llenas de fosforescencias nucleares que colgaba en las paredes de la celda fingiendo una devoción que no tenía. Por fin, en uno de los aniversarios de la santificación de Aznar, que había realizado en vida el milagro de conquistar el poder sin que la ciencia hubiera podido explicar un hecho de esta naturaleza, decidieron indultarme y salí a la calle Génova, que era la única que había quedado en pie. El PP insinuó que debía afiliarme, pero le sugerí que quizá sería bueno mantener una apariencia de pluralidad, y estuvo de acuerdo a condición de que se tratara de una pluralidad vigilada.
El problema es que me detenían y me soltaban todo el rato para dar ejemplo, de manera que decidí suicidarme de nuevo, esta vez con una ingestión masiva de estampitas, y al llegar al otro mundo vi sobre la mesa una botella vacía cuyo líquido me había conducido a aquella siesta ideológica y espesa. Peste de pacharán.
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