Lleida y London
He leído ¿Por qué Lleida y no London? y Ni London ni Lleida del Defensor del Lector y me alegra que estos temas despierten el interés que merecen.Sin llegar a la afirmación de que una lengua "no es sino un dialecto con un ejército" o de que "sólo un presupuesto es más político que un discurso", es obvio que consideraciones políticas- del eufemismo a la autocensura- influyen en cuestiones lingüísticas. Las excepciones que figuran bajo el epígrafe"Nombres catalanes, gallegos y vascos" del excelente Libro de estilo tal vez deberían revisarse, si se siguen criterios estrictos de corrección del idioma al escribir en castellano, pero afirmar que "ha llegado el momento de revisar radicalmente sus postulados" denunciando su posible "servilismo", como afirma un lector, me parece demasiado drástico.
De lo que no estoy tan segura es de que la politización de este país no siga siendo enorme. Hace 17 años escribí a esta sección sobre los temas desarrollados en las columnas objeto de mi carta de hoy y no me atrevía a firmar con mi primer apellido para no herir "sensibilidades políticas".
La carta se titulaba En castellano, País Vasco y EL PAÍS la publicó el 10-2-1981. También figura en el libre Muy señor mío, editado en 1986, que ofrece una selección de cartas al director enviadas al periódico durante sus 10 primeros años de vida.
Las llamadas y cartas recientes al Defensor del Lector repiten profusamente la argumentación que yo entonces esgrimía: en castellano se dice País Vasco (como se dice Inglaterra y no England) y el contexto era el desencanto expresado por políticos vascos porque el Rey no había prnunciado la palabra "Euskadi". Terminaba mi carta: "No me parece dramático que se utilice con frecuencia una palabra vasca -"Euskadi"- en castellano en lugar de su equivalente; pero que conste que, salvo que se ponga entre comillas, no es correcto y menos aún obligatorio".
Consciente de que lo aséptico está en un contexto que condiciona su lectura política, no me arriesgué a incomodar al grupo vasco de la organización que yo presidía entonces, a pesar de mi convicción de que la corrección del idioma no debe someterse a plebiscito. Coincido con la tribuna de Peces-Barba sobre el bilingüismo y la Constitución, y con Haro Tecglen sobre la belleza de la lengua francesa, tan precisa como formativa. Felicito a Haro por su denuncia frecuente de las incorrecciones, y a Francisco Gor, por su trabajo tan difícil y por ser siembre paciente y ponderado.
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