Humor clandestino
Quizá la vía del humor sea la más idónea, legítima y pedagógica para reflejar la temperatura de la sociedad. Castigat ridendo mores es una sentencia de la que echar mano, con todo el aroma de la más pura clasicidad.No es así, como bien sabe la gente ilustrada. Ha sido el lema del Teatro de la Comedia italiana; en París pasó a la Ópera Cómica y fue, asimismo, adoptado por el Teatro San Carlos, de Nápoles. Corregir las costumbres riendo es la versión, escrita, expresamente, por Juan de Santeul (poeta francés que brilló durante el reinado de Luis XIV, latinista muy conocido en su casa a la hora del almuerzo y en el Espasa, que da la solitaria referencia).
El cardenal Mazzarino contrató a unos cómicos, paisanos suyos, entre los que estaba el payaso Arlequín. Buscando éste un eslogan para su espectáculo, convenció al plumífero, ejecutando ante sus narices una desenfrenada y bufonesca danza. La frase perdura como si la hubiese dicho el mismo Cicerón. Confieso conocer de antiguo la afortunada sentencia, aunque es muy reciente su identificación, que traslado a quienes aún sean tan ignorantes como yo lo he sido. De nada.
La fórmula más correcta para describir el mundo que nos rodea puede resultar de la feliz conjunción del talento y de la habilidad de interpretarlo por medio de la imagen, del lápiz, de los pinceles. Eso de que vale más que mil palabras es muy cierto, sobre todo cuando las palabras son necias o anodinas. Disfrutamos con la sagacidad y agudeza de los buenos dibujantes, ésos que se dedican a cautivar con geniales trazos lo que sucede alrededor, apresando los conceptos, la idea, entre las dos dimensiones de una viñeta. Una actividad que está lejos del chiste, el equivalente plástico al mot d"esprit, la expresión concisa, difícil de sustituir.
Como sucede con cualquier manifestación de la inteligencia, en su alto grado, estos ingenieros del humor filosófico se dan en todas las latitudes, aunque, entre nosotros, sean apenas apreciados por una casi adusta élite.
Se cobijan -lo hacen desde los albores de la imprenta- en las publicaciones periódicas; este papel que tiene el lector entre las manos ampara nada menos que a cinco de ellos: Peridis, Forges, Máximo, El Roto y Romeu. Hay muchos, quizá más de los que merezcamos: Mingote, Chumy, Gallego& Rey, innumerables. Tuvieron antecedente en Xaudaró, Bagaría, etcétera, y nos sorprenden cada mañana con ese dibujo imprevisible que, casi siempre, expresa lo que pensamos o hubiéramos querido haber pensado.
En Inglaterra, Francia, Suiza, Argentina o México, etcétera, tienen los suyos y es más que frecuente que esa inspiración cotidiana se reúna en libros que alcanzan fuertes tiradas y grandes ventas. Creo que no ocurre en España. Se editan, algunas veces a expensas de los propios autores, pero hay que confesar con desconsuelo que apenas alcanzan cierto éxito las antologías lamentables y archiconocidas de chistes verdes, marrones, de leperos, suegras y tartamudos.
Durante muchos años y mudanzas me acompañó un precioso volumen del dibujante italiano Novello salido en plena época mussoliniana. Describe una época, un país, un sistema, sin necesidad de hostigar panfletaria e inútilmente a la censura, experta y avizor, como en todo régimen dictatorial. Una asombrosa delicia.
Hace poco me regalaron una edición popular, barata, de uno de los muchos álbumes del genial Sempé, y pude ver el equivalente de lujo, que se vendía como rosquillas. Su descripción de Saint-Tropez retrata con tierna ferocidad a varias generaciones de parisienses. La impresión con la que tanto he disfrutado viene discretamente numerada: 47.693 ejemplares, y no sería única.
Posiblemente el autor más difundido en este apartado, sin ser estrictamente representativo, sea Quino, el padre de Mafalda, incluso si las peripecias de la criatura de ficción proceden de un mundo mucho más cerrado que su fama. Nos sobran los espíritus burlones que, aceptémoslo con entereza, están por encima de la media más alta del país. El mundo editorial, envilecido por la práctica de incomprensibles técnicas de mercado, no es propicio a la publicación de esta clase de asuntos, quizá por deficiencias hepáticas de quienes dirigen el negocio. Desde luego, la frase que logró cosechar Arlequín les suena no a latín, sino a chino, a dialecto anticuado en el delta del Mekong. ¡Qué pena!
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