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El color homófobo del verano

Que la primera página de un rotativo se dedique, entre otros titulares, al color del claustro de un museo, resulta a estas alturas del fin de siglo, tan exótico como que dos pesos pesados del columnismo local, es decir, dos periodistas que han asumido la dirección de un diario, desde supuestas opciones ideológicas, políticas y estéticas distintas, coincidan en su "homofobia". Curiosamente por las mismas fechas, más o menos, que el profesor Javier de Lucas (26/VII/1998) reflexionaba en las páginas de este diario sobre las expresiones "homofóbicas" de esta sociedad, en ocasión del Día Internacional para la liberación gay, lesbiana y transexual, dos plumas del periodismo valenciano, especialistas en columnas estrechas de dos diarios de la ciudad, se explayaban, desde argumentos distintos, pero coincidentes, contra los excesos de la sexualidad expresada en la muestra de los artistas franceses Pierre et Gilles, en las salas de exposiciones del Museo de Bellas Artes de Valencia. Mientras que la irritación de uno de los columnistas venía dada por el color pompeyano del claustro del museo pintado con motivo de la exposición de Pierre et Gilles, el clamor del otro se producía por la irreverencia del arte sexuado ante el contenido religioso de muchas de las imágenes referenciadas en la obra de Pierre et Gilles. En fin, para un columnista, el Museo de San Pío V se convertía con un color y una exposición en el antiguo Palacio del Chulo, es decir un local de alterne de la sexualidad diferenciada de otro tiempo, para el otro columnista, el Museo de San Pío V con la exposición artística homosexual, devenía una ofensa para los sentimientos religiosos de una parte de la sociedad valenciana. Los argumentos empleados por ambos periodistas no pueden ser, en este caso, más espúreos. El primero y a través de artículos posteriores de redactores de a pie, se apoyaba en las opiniones más conservadoras de algunos de los miembros de la Academia de Bellas Artes de San Carlos para descalificar la política artística de una directora general. El segundo se remitía a una lamentable experiencia anterior -me refiero a la campaña local y nacional que la derecha local, jaleada por un diario citadino, emprendió en 1994 contra la exposición de la Sala Parpalló dedicada a Araki y Clark- para reclamar, poco menos que la intervención de la justicia en una de las actividades artísticas de la Generalitat Valenciana. ¿Pero en qué país vivimos, se preguntarán muchos lectores de esta comunidad? Cuando los máximos exponentes del periodismo de los diarios de una capital -¿la capital cultural europea?- coinciden en la misma reacción "homófoba" ante el arte de fin de siglo, las libertades de expresión plástica pueden estar en peligro. Ignoro si este columnismo de estío, avivado por los excesos del calor, no habrá excitado en demasía la palabra escrita de nuestros columnistas, pero el caso es que con el color de un claustro -pompeyano, seguramente, como en sus orígenes- y el sesgo sexual de las fotos de unos artistas, estos periodistas se han excedido en sus juicios de valor por algo tan elemental en la vida como es la libertad de escoger el color de las paredes, públicas o privadas, o la opción sexual de nuestros ciudadanos. Perseguir, a través de la letra impresa o la ley en las manos -sobre todo después de la clausura de una exposición- el color del pasado o el sexo del arte finisecular, con argumentos tan poco democráticos como los expresados desde dos columnas locales, resulta, cuanto menos, preocupante.

Manuel García es historiador y crítico de arte.

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