Fin
En México DC hay un hipermercado de brujería. No hay problema que no tenga su pócima. Desde huevos negros de harina blanca para una tortilla contra el mal de ojo hasta excremento seco de cóndor para volar con Iberia. Pero uno de los productos más solicitados son los polvos de humillar. Hay que aplicarlos en las manos y abrazar con sonoras palmadas al enemigo. Recorrí como gallego sobrecogido aquella feria de hechizos y sólo compré unos jabones eróticos muy útiles para lavar los pies. Pero un amigo escritor, con más mundo, se llevó una provisión de polvos de humillar. Me dice ahora que funcionaron. Ha neutralizado a varios críticos literarios y espera con ansia poder abrazar al suministrador artístico de Álvarez del Manzano.Los socialistas españoles sucumbieron a los abrazos con polvos de humillar. Ese tipo de palmadas que halagan mientras te desencuadernan las costillas. Celebrados abrazos de osos hibernados del franquismo y de especuladores carteristas. Hacen mal en invocar con resentida nostalgia aquellas palmadas. Lo que al final queda marcado son las huellas de una propia culpa. Y deberían entender que lo que se espera de Borrell es que lea sin titubeos el Fin y principio de Szymborska: "Después de cada guerra alguien tiene que hacer la limpieza".
El momento más álgido y también fatídico de González fue cuando enunció la tesis del color indiferente de los gatos, aprovechando un conservador refrán chino. Ahora se defiende como gato panza arriba. Pero hemos descubierto que los gatos chinos, cuando sonríen, tienen un inquietante parecido con Aznar. Empezando por aquel gato que recitaba en la caricatura de Castelao: "Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar, pero aquella que me zampé el año pasado, ésa, no volverá".
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