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Con los pies en el cielo

Al lado de Ramón Morillas, el joven Ícaro no era más que un principiante. Este granadino de 31 años consiguió, el pasado 21 de junio, sobrevolar 644 kilómetros entre las localidades de Almonte (Huelva) y Muniesa (Teruel), a una altitud media de 2.700 metros. Y ello sin más ayuda que la de un paramotor, un parapente normal con un pequeño motor incorporado, una botella de agua, un bocadillo de queso con tomate y una lata de Redbull "por aquello de que te da alas", bromea. Fue un viaje de once horas y media sin pisar tierra que le llevó a conseguir el actual récord del mundo de esta disciplina deportiva. Pero Antonio Morillas no ha sido siempre una persona de altos vuelos. Se inició en el mundo del parapente a los 22 años. "Antes -recuerda- era monitor de esquí en Sierra Nevada. Un día, cuando este deporte era todavía casi desconocido en España y volar era sólo algo para locos, llegó un grupo de pilotos asturianos. Mi hermano, nos quedamos alucinados y decidimos probar". El resultado de aquella primera aventura fue la creación del Club Draco, una escuela de aprendizaje de parapente que en ocho años ha enseñado a volar a casi mil personas en Sierra Nevada. Gracias a su iniciativa la estación granadina también ha acogido dos pruebas de la Copa del Mundo de Parapente y prepara la organización de los Juegos Aéreos Mundiales del 2001. Fue precisamente en la última edición de esta competición, celebrada en Turquía, donde Morillas consiguió su mayor éxito deportivo. "Todo el equipo español de paramotor conseguimos ser campeones del mundo", explica. El paramotor es una moderna versión evolucionada del parapente. Los etéreos siete kilos de vela del parapente soportan el peso del piloto, que lleva adosado a su espalda un pequeño motor de veinte kilos. Los doce caballos de potencia que es capaz de desarrollar permiten a los parapentistas despegar desde zonas llanas, alcanzar una velocidad de hasta 50 kilómetros por hora y remontar por encima de los 5.000 metros de altitud. "Te sientes como un pájaro a reacción", comenta divertido el piloto. La diferencia con el parapente normal es clara: la plusmarca de distancia sin motor está en apenas 350 kilómetros. Aunque está catalogado como un deporte de riesgo, Ramón desmiente su peligrosidad: "Jamás he tenido un accidente. Se toman todas las precauciones posibles y, si algo fallara, siempre llevamos un paracaídas que se abre de forma automática en caso de emergencia". Durante las más de once horas sin repostar combustible que necesitó para batir su récord, Morillas contó con el apoyo por carretera de sus compañeros. "Había una tormenta atravesando la Península y tuve que ir esquivándola muy atento. Pero pude comprobar que lo que dicen los astronautas es cierto. Desde el cielo España es de color marrón y cada vez hay menos bosques", explica resignado. Ramón Morillas ha convertido su ocio en su negocio: "Quizá no vivo tan bien como otras personas, pero hago lo que me gusta". Sus locuras todavía le cuestan más de un rapapolvo por parte de su madre, que no acaba de entender su afición. Pero Ramón quiere seguir adelante y ya apunta más alto y más lejos que nadie. "La idea todavía está en pañales, pero el próximo objetivo es ascender en paramotor hasta la cima del Everest".

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