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Reportaje:

De "tigres" a "gatitos" asiáticos

Más allá de las frías estadísticas, la crisis de Asia significa analfabetismo, hambre y expulsión de inmigrantes

Mitsubishi Electric ha incrementado una hora la jornada laboral de los trabajadores que producen en su fábrica de Tokio aparatos de aire acondicionado. Asahi, la segunda empresa cervecera de Japón, está aumentando su producción en julio y agosto un 10% con relación al mismo periodo del año pasado.La ola de calor que ha padecido el archipiélago nipón en julio y las previsiones de la Agencia Meteorológica de Japón, que anuncia un verano largo y cálido, han dinamizado algunos sectores de la economía japonesa. Gracias a la climatología, sus trabajadores son probablemente los únicos que han tenido un respiro en un continente asiático azotado por la crisis. Todos los demás sufren en sus carnes, en mayor o menor medida, el marasmo económico.

Las cifras macroeconómicas que ilustran la dimensión social de la recesión son cada día más impresionantes. En Tailandia, el paro aumentó en los últimos 12 meses un millón de personas, hasta alcanzar los 2,7 millones. En Corea del Sur, el vuelco ha sido todavía más brutal, pasando de medio millón de desocupados hace ocho meses a 1,5 millones en junio. Según las estimaciones, a principios del otoño serán más de dos millones.

Las magnitudes macroeconómicas ilustran relativamente mal, sin embargo, la vertiente humana del drama del sureste asiático. Se palpa mejor en los parques de Seúl, donde pasan el día los parados que aún no se atreven a confesar su despido a sus familiares; en el aumento de prostitutas y de niños sin hogar que deambulan por las calles de Yakarta, en los chinos que se agolpan en el puerto indonesio de Surabaya para embarcar rumbo a lugares más seguros que el archipiélago de mayoría musulmana o en los enfermos de sida que los hospitales de Bangkok están dejando de atender por falta de medios.

El país más golpeado por la mala racha es también el más poblado del sureste de Asia después de China. "Ningún país en la historia reciente, y todavía menos de la talla de Indonesia, ha padecido un cambio tan brusco de fortuna", señala un informe del Banco Mundial. Indonesia corre el riesgo de perder todo el desarrollo social logrado en los últimos 25 años, afirma John Williams, ex director de Unicef, en un artículo en el Herald Tribune.

Indonesia tiene 200 millones de habitantes y un producto interior bruto (PIB) que caerá este año al menos un 15% y, acaso, hasta un 25%. De sus 90 millones de población activa, unos 20 estarán en paro de aquí a mediados del año próximo.

Peor aún. Casi 96 millones de indonesios, el 48% de la población, van a vivir antes de finales de año por debajo del umbral de pobreza. Hace un año sólo el 11% de la población se encontraba en esta situación. Y la pobreza medida a la indonesia es indigencia. Superarla consiste en disponer de al menos 2.100 calorías diarias y de unos ingresos mensuales de 3,6 dólares (550 pesetas) por miembro de la familia. No ser pobre no significa, según los criterios oficiales, tener un mínimo acceso a la educación, a la sanidad o ir vestido.

La educación, además, se está convirtiendo en un lujo. El ministro del ramo, Juwono Sudarsono, estima que, en el último año, la quinta parte de los alumnos han sido retirados de las escuelas porque sus padres no pueden costear sus estudios.

Sugito Suwito, el director del Instituto Nacional de Estadística indonesio, que proporcionó los datos sobre el auge de la pobreza, concluyó su exposición con unas palabras repletas de amargura: "Hace algún tiempo, los expertos internacionales nos decían que éramos candidatos a convertirnos en un tigre asiático. Ahora ni siquiera somos un gato. Acaso seamos una mera rata".

El Programa Alimentario Mundial de la ONU ha reabierto a toda prisa su oficina en Yakarta. En Indonesia hay hambre y, para aplacarla, sus súbditos cometen saqueos en las ciudades y, cuando abandonan las aglomeraciones urbanas para regresar a sus pueblos, ocupan tierras que pretenden cultivar. "Debo advertir a todo el mundo que los saqueos no serán tolerados incluso si se perpetran para salvarse a uno mismo de la inanición", advirtió el pasado fin de semana en un bando el ministro de Defensa, general Wiranto.

Cambio político

El ex presidente Suharto no ha devuelto las 223 hectáreas que reivindican ahora un centenar de campesinos del oeste de Java que, aseguran, fueron expropiados a la fuerza en 1972, pero ha tenido un gesto inesperado. Renunció a que el endeudado Estado indonesio le construya una residencia, presupuestada en 306 millones de pesetas, como regalo de jubilación. Para todos aquellos que consideran que los males de Indonesia son atribuibles a la Korupsi, Kolusi y Nepotisme que prevaleció en tiempos de Suharto, la publicidad que dio el depuesto líder a su decisión raya la provocación.En Indonesia, a diferencia de otros rincones de Asia, los comerciantes acomodados llevan acaso la peor parte. Los hacendados son chinos asentados desde hace décadas en el archipiélago, representan el 5% de la población, pero son víctimas de la ira xenófoba que se apodera de la muchedumbre, que destrozó en mayo sus tiendas y apedreó y quemó sus casas; hubo unas 160 mujeres chinas violadas y una veintena asesinadas. El presidente Habibie anunció el miércoles la apertura de una investigación independiente para aclarar los hechos. No es seguro que baste para detener la emigración de chinos, temerosos por sus vidas.

Los indonesios padecen también la crisis fuera de sus fronteras. Primer país exportador de mano de obra del sureste asiático, sus ciudadanos están siendo expulsados de los países vecinos empezando por Malaisia, donde a principios de año eran todavía 800.000. Todos intentan arrojar fuera de sus fronteras a los inmigrantes para que dejen libres puestos de trabajo que querrán desempeñar sus nacionales.

Bangkok puso en enero en marcha un plan de expulsión de 270.000 inmigrantes, en su mayoría birmanos, que intentó ampliar con otro medio millón. Curiosamente, la asociación de dueños de arrozales y la de exportadores de arroz plantaron cara al Gobierno y llegaron a decretar una huelga patronal para conservar a sus inmigrantes ilegales.

Aseguraban que no encontrarían a tailandeses que aceptasen los empleos penosos y mal remunerados que ocupan laosianos o camboyanos. El Ministerio de Trabajo les replicó que si reducían a la mitad el peso de 100 kilos del saco de arroz que cada trabajador debe transportar, los aspirantes tailandeses acudirían en gran número. Por cada saco de 100 kilos, los inmigrantes cobran 3,13 pesetas.

Los empresarios no dieron su brazo a torcer. Respondieron que la compra y la gestión de sacos más pequeños encarecería sus gastos y exigieron de nuevo una derogación que el martes pasado acabaron obteniendo. Los ilegales empleados en arrozales y plantaciones de caucho y de caña podrán quedarse un año más. Seguirán, eso sí, sin poder acceder a la sanidad tailandesa, aquella que en un país emergente puso a punto el mejor sistema de prevención y de lucha contra el sida. El sistema hace aguas por falta de recursos para comprar medicamentos, que los facultativos sustituyen por hierbas.

Recetas del FMI

Con la misma docilidad que Yakarta, Bangkok y Seúl han puesto en práctica las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Han liberalizado la inversión extranjera, están intentando privatizar empresas públicas, llevan a cabo una política monetaria rigurosa..., pero la medicina no acaba de dar resultados.Sin emigrantes a los que culpar, sin minorías étnicas a las que amedrentar, algunos dirigentes asiáticos empiezan a buscar otros chivos expiatorios que cargen con la persistente recesión.

Daim Zainuddin, el brazo derecho del primer ministro de Malaisia, Mahathir Mohamad, ya lo encontró. A mediados de semana achacó a la prensa la responsabilidad de agravar la crisis. "La implacable cobertura dada por los medios a los quebrantos de Asia ha acrecentado el temor psicológico", afirmó.

"La confianza es una cuestión de percepción que, a su vez, se basa en la información proporcionada por los medios; luego el papel de la prensa como suministrador de información es clave dentro de esta ecuación", prosiguió. "Incluso en los malos tiempos hay éxitos. Compañías extranjeras como Intel siguen invirtiendo en nuevas fábricas, pero, aparentemente, las buenas noticias no venden", se lamentó. No venden porque, como en el caso del incremento del consumo de cerveza japonesa, son anécdotas en medio del marasmo.

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