El fontanero del submarino amarillo
Eran los años en que se forjó la leyenda: ocho permanencias en Primera División. Alguien, probablemente Michael Robinson, un guiri cadista, en feliz hallazgo léxico, bautizó al Cádiz como el submarino amarillo, que, supuestamente, siempre emerge. En todo caso, y sin supuestos, Antonio Tocino Ariza, Rovira, es el fontanero de la nave. Por sus manos ha pasado y sigue pasando la maquinaria más delicada, desde que hace ahora 40 años arribara al club. "Yo era un extremo izquierdo nato, clavado a Rovira el que jugaba en el Real Madrid". De ahí le viene el seudónimo a este hombre nacido en Chiclana (Cádiz) hace 75 años -el más veterano de los masajistas españoles en activo- que aprendió el oficio fijándose en "cómo metían los dedos los profesionales rusos, italianos y brasileños que venían al Trofeo Carranza". Memorizó la anatomía del cuerpo humano y se hizo un mapa de las lesiones: tendinitis, gemelos, posterior, abductores, lumbago. Aprendió y bien. Lo fichó el Real Madrid, pero volvió: "Entonces sólo cobraban bien los futbolistas y echaba de menos a Cádiz"; las ofertas le llegaron desde el Burgos y el Salamanca, ambos, entonces, en Primera. "Hacía demasiado frío", así que se quedó en Cádiz, casado y con cinco hijos. Pelé y Garrincha se pusieron algunas noches en sus manos, minutos antes de dibujar florituras con el balón en las noches de los Carranzas, con levante corto en la playa. "Los brasileños se me asemejan mucho a los andaluces: no se dan importancia", enfatiza Rovira, "te los acaban de presentar hace 20 minutos y ya te echan el brazo por encima". Rovira es poco dado a linimentos, "sólo jabón de glicerina". Tiene otra arma secreta para conservar un buen estado de salud: "Cada mañana, en verano y en invierno, me doy un bañito en la playa y ando cinco kilómetros", asegura. "En mi vida he cogido ni un resfriado". Tal es la pasión por la playa que hubo un tiempo en que Rovira era el propietario del chiringuito más frecuentado de la Playa Victoria de Cádiz, bordeando la década de los 70. Por aquel entonces, iba cada mañana a darle masajes al alcalde, José León de Carranza: "Con él, el Trofeo y los carnavales alcanzaron la gloria", dice el masajista del Cádiz, quien por su parte alcanzó una licencia de chiringuito otorgada por orden de su paciente. "Vendíamos la caballita con piriñaca, el pescaíto frito y los caracoles", recuerda, sin ocultar que su local se benefició de la complicidad de los jugadores, que acudían allí tras el entrenamiento. "La verdad es que eso también atraía a la gente, que quería verlos de cerca". Ya sin chiringuito sigue recomendando a los deportistas foráneos que llegan a la ciudad "que se den su bañito diario". Algunos le miran extrañado. "Un tirón muscular lo resuelvo, como mucho, en una semana. Los abductores son más delicados porque son músculos blandos y hay que evitar que se forme el callo". Rovira lo tiene claro: "Un buen masajista es igual que un buen pianista: lo importante son los pulgares. Ése es el dedo que manda, el que te permite conocer el músculo". Ahora los chavales de la primera plantilla están ilusionados por regresar a Segunda División. "Espero verlo, porque yo no me retiro", afirma . Y está dispuesto a que se cumplan las promesas de los directivos: "Si quieren que me entierren en el Carranza, por que a mí, después de muerto, me va a dar igual".
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