Morros en la costa
En menos de una semana, la Costa ha visto dos pares de morros célebres. Después de su recital de Málaga, Mike Jagger celebró su cumpleaños en Marbella, en la discoteca de Olivia Valère, que es la más lujosa y enorme discoteca que jamás se haya construido sobre una zona verde. Nada más marcharse Jagger, llegaba Melanie Griffith, luciendo un más que discreto relleno de silicona en sus labios, según advertían los expertos. Las apariciones de famosos se engarzan unas con otras como cerezas. Cierto fatum termina haciéndoles coincidir y convierte en indiscutible la frase hecha de que el mundo es un pañuelo: una semana antes de que llegara Melanie Griffith estuvo en Marbella su dos veces ex marido, Don Johnson. Pero lo de Melanie es diferente. Ella es ya como del pueblo. Te la puedes encontrar comprándose una nevera en El Corte Inglés o paseando por la playa, pero, sobre todo, es considerada como paisana desde que parió su última hija en el hospital del SAS, convirtiéndose, sin querer, en la mejor propaganda que haya podido tener el sistema público de salud de Andalucía. Lo del embarazo y parto de Melanie Griffith fue, de algún modo, el rito de iniciación a la tribu a la que pertenece por su matrimonio con Antonio Banderas. Hace dos veranos, lució orgullosa su barriga por las playas de Marbella sonriendo a todos los fotógrafos que iba encontrando a su paso y se entregó sin ninguna reserva a los médicos del SAS. O, al menos, con menos reservas que las que puso en un principio al director de fotografía José Luis Alcaine durante el rodaje de Two much. Es una mujer dura Melanie Griffith. No puede ser de otra pasta alguien que a los seis años ha estado sentada en las rodillas de Alfred Hitchcock mientras mamá Tippi Hedren rodaba Los pájaros y Marnie la ladrona. Pero también es normal que una mujer que haya pasado por tragos como ése pretenda ahorrárselos a sus propios hijos: así se explica que esta semana mandase a sus niños a jugar a un parque infantil mientras visitaba al alcalde de Marbella. Antes de que lleguen las grandes avalanchas de agosto, aún se puede percibir en la Costa algo que recuerda a los viejos veraneos. Todavía no ha llegado ese manojo de freaks que vive de casarse, descasarse y dar a luz para vender sus exclusivas. Julio es un mes de gente seria, como Mario Vargas Llosa, que todos los años, por estas fechas, acude a pasar hambre a una clínica de Marbella. En las fotos de los periódicos tiene el escritor peruano planta de viejo veraneante. Se deja ver en los escasos actos culturales del pueblo: acude a un concierto de tangos y aparece en el ciclo de cine español que se celebra en el salón de actos de un instituto. Es asiduo también del vídeo-club de Jesús, consuelo de cinéfilos que alberga por igual las obras completas de Abbas Kiarostami y las de Jean-Claude van Damme. Pero el calendario impone su realidad: llega agosto y con él se pierde cualquier viso de viejo veraneo. Las estrellas del papel couché comienzan a imponerse. Por Puerto Banús ha aparecido un hombre que se hizo famoso por su indiscreción: el jinete John Hewitt, que dio todo tipo de detalles sobre sus relaciones amorosas con Lady Di, poniendo en evidencia que jinete no es forzosamente sinónimo de caballero. Hewitt fue visto en el local de alguien tan indiscreto como él, el antiguo playboy y hoy industrial hostelero Espartaco Santoni, que dedicó dos libros a sus memorias amorosas. Una persona como Hewitt difícilmente podría ser bienvenido en otro lugar. Está claro que, según se acerca agosto, la calidad de los visitantes se resiente.
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