Escoltas
Hemos visto demasiadas películas. El cine nos ha ofrecido siempre una imagen estereotipada de quienes protegen a las grandes personalidades. Tipos duros, muy experimentados y con los nervios de acero. Profesionales de la seguridad hipereficaces a los que no se les escapa un detalle y cuya atención nunca perturba un incidente menor que pueda desviar su mirada del objetivo a cubrir. Así era Kevin Costner en El guardaespaldas o Clint Eastwood en En la línea de fuego. Sin embargo, en la realidad debe de haber de todo. En Madrid al menos se produjo recientemente un episodio que desmitifica bastante esa pretendida eficiencia que la cinematografía suele atribuirles.El pasado 22 de junio, a las dos de la madrugada, tres jóvenes que caminaban por la Carrera de San Francisco fueron abordados de súbito por dos escoltas del príncipe Felipe. Eran chavales de 19 a 21 años, a quienes los agentes de la Guardia Civil, pistola en mano, encañonaron y pusieron contra la pared. En esa posición estaban cuando oyeron un disparo que, en su precipitada acción, se le escapó a uno de los funcionarios. El proyectil reventó contra el suelo fragmentándose e hiriendo levemente a uno de los jóvenes en el pómulo derecho y a otro en la mejilla izquierda.
Lo más inquietante es que el motivo que desencadenó tan aparatosa y desmedida intervención fue -según los chicos- un simple puntapié que mientras paseaban propinó uno de ellos a un vehículo aparcado en la acera. Ese puntapié, según la declaración de los agentes, fue una secuencia reiterada de golpes que ellos interpretaron como indicio inequívoco de que intentaban robarlo. Se da la circunstancia de que aquellos jóvenes son del barrio y que el incidente ocurrió junto al portal del edificio en el que vive uno de ellos, el lugar quizá menos adecuado para ponerse a robar. Tampoco parece muy creíble la forma en que los guardias civiles justificaron la contundencia de su proceder. Según declararon ante la policía, los jóvenes quisieron huir y amenazaron con sacar y utilizar un arma blanca contra ellos. ¿Alguien puede imaginar que unos muchachos se marquen el farol de tirar de navaja frente a quienes portan pistolas y acaban de identificarse -según dijeron los funcionarios- como agentes de la autoridad? En cualquier caso, si, como cuentan, intentaban robar el coche y se produjeron esas amenazas, ¿por qué les dejaron marchar tranquilamente como si allí no hubiera pasado nada?
El incidente trató de taparse, y tapado hubiera quedado de no ser por la decisión de los jóvenes de presentarse en comisaría a denunciar lo ocurrido. Y nadie denuncia cuando tiene algo que ocultar. Esa denuncia y su correspondiente traslado al juzgado de guardia no ha supuesto sin embargo ninguna medida preventiva hacia los agentes, que, según un portavoz de la Casa Real, continúan en sus puestos porque "no hay motivo alguno para apartarlos hasta que los tribunales diriman con exactitud lo que pasó". Al margen de lo que el juez decida sobre si lo ocurrido es o no punible, lo que sí parece claro es que el proceder de los funcionarios no es el más apropiado para proteger al príncipe de Asturias. La sensación que transmitieron es que se aburrían y buscaron algo de acción en las personas de tres muchachos que no parecían demasiado peligrosos. Un acto en la línea de prepotencia que en ocasiones se vislumbra en determinados servicios de seguridad, algunos de cuyos miembros operan como si tuvieran patente de corso.
La protección de la familia real no justifica episodios como éste, ni tampoco el trato en ocasiones humillante que reciben, sin ir más lejos, los periodistas que cubren los actos que están bajo el control de los servicios de seguridad de la Zarzuela. Algunos informadores han llegado a la conclusión de que la única forma de que les traten como profesionales que hacen su trabajo es ponerse las gafas de los de Caiga quien caiga. Entiendo que no todos los escoltas y guardaespaldas pueden tener el tacto ni el encanto que exhibe Kevin Costner en la pantalla, pero al menos sí la educación y el temple que requiere la protección de un miembro de la realeza. Aquellos agentes parecen demasiado nerviosos para escoltar al heredero de la Corona.
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