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GENTE

CONCIERTO GIGANTE

La gigantomanía es una enfermedad de la que padecían los dirigentes soviéticos y de la que no se han curado los actuales políticos rusos. Prueba de ello es el concierto que tocó la llamada Orquesta del Mundo, compuesta por diez orquestas juveniles de diversos países. Los cerca de 800 músicos que la formaron estuvieron bajo la batuta del gran Valeri Guerguíyev, director del famoso teatro Maríinski, más conocido como el Kírov de San Petersburgo. Pero Guerguíyev no figurará en el Libro de Récords Guinness, pues se quedó corto. Berlioz, con ocasión de la inauguración de la Exposición Industrial de París, dirigió en 1844 una orquesta de 1.500 músicos. De todas maneras, el espectáculo musical fue grandioso. El impresionante concierto costó cerca de 375 millones de pesetas. El problema es el que nivel de los intérpretes era muy dispar, y los músicos de las mejores orquestas -las de Austria, Estados Unidos, Israel y Rusia- no podían hacer nada para mejorar los imperfectos sonidos que emitían sus vecinos. La música de compositores rusos, como era de esperar, fue la que prevaleció en el concierto: Cuadros de una exposición, de Modesto Músorgski, y Sinfocollage, un potpurrí musical encargado especialmente al compositor Dmitri Atovmián, cuya culminación fue la Obertura solemne 1812 de Chaikovski. Los cañonazos de esta obra se confundieron con las explosiones de los fuegos artificiales con los que se puso fin al principal acto cultural de los primeros Juegos Juveniles Mundiales, inaugurados el lunes pasado por Luzhkov y por Juan Antonio Samaranch, el presidente del Comité Olímpico Internacional.-

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