De tribus y Ronaldos
EL FÚTBOL, un deporte reglamentado en el siglo XIX, avanza hacia el siglo XXI en medio del colosalismo, representado en la final de la Copa del Mundo, que Francia ganó el domingo a Brasil con la contundencia de un 3-0. La victoria del equipo anfitrión fue el colofón de una liturgia que ha llegado al último rincón del planeta a través de un formidable aparato mediático, y que ha suscitado las contradicciones de un juego convertido en el mayor espectáculo del mundo en el sentido más mercantil del término.El Mundial ha sido un juego de espejos que reflejaban realidades sociales, económicas y políticas. Su símbolo más exacto, Ronaldo: un fenómeno transnacional rodeado de un imperio comercial. En el llamado ocaso de las ideologías, el jugador brasileño se ha convertido en el sumo sacerdote de una nueva religión para miles de millones de espectadores. Su carácter supranacional es cada vez más evidente. En Francia se han vendido 2,5 millones de camisetas de Ronaldo frente a un millón de Zidane, la estrella local. Un homenaje a la globalización del esparcimiento.
Pero el fútbol no está exento de paradojas: todos somos a la vez ronaldistas, que es como decir partidarios de la excelencia venga de donde venga, y miembros de una tribu, preferentemente exigua. De lo contrario, no se podría explicar la frustración que ha provocado en España el fracaso de la selección, eliminada a las primeras de cambio, o la reafirmación nacionalista de Croacia por el éxito de su equipo.
Todas las lecturas caben aquí. Desde la económica hasta la política. En este sentido, Francia ha alcanzado un éxito indiscutible. La organización ha sido magnífica y su selección ha tenido la virtud aglutinadora del mestizaje representado por jugadores de diversos orígenes geográficos y raciales, frente al sectarismo de un Frente Nacional que quiere negar a Francia lo que de mejor tiene: ser la patria, como glosó Renan, de todos los que quieren ser franceses.
En lo puramente futbolístico, el Mundial apenas ha aportado novedades, hasta el punto de que lo mejor ha sido el juego de Holanda, como ya es tradicional. Y ahí surge la gran contradicción final: el abismo entre las enormes expectativas que genera y la dificultad para hacerlas realidad. El fútbol es, por ello, el gran espejismo de casi todos y la realidad de casi nadie. Dentro de cuatro años volveremos a soñar.
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