Un Mundial sin variaciones
Francia logró el éxito organizativo y deportivo en un torneo con fútbol discreto
El último Mundial del siglo XX abundó sobre las evidencias en todos los terrenos. En lo estrictamente futbolístico la única novedad fue la entronización de Francia, el séptimo país que conquista el torneo. En el capítulo organizativo también se produjo el triunfo francés: eficacia, precisión, asistencia masiva a los estadios, rapidez para cortar los brotes de violencia que surgieron en la primera semana.Sobre el juego apenas hubo variaciones significativas. Francia 98 no ha generado un modelo nuevo. En el aspecto táctico se mantenido una indefinición. Si Italia 90 consagró definitivamente el modelo 5-3-2 y EE UU propagó la idea "sacchiana" de la defensa en zona, el doble eje en el medio campo, los interiores de equilibrio y los dos delanteros, en el Mundial de Francia se ha visto un mosaico. Francia venció con algo parecido a los tres pivotes -el "trivote"- en el medio campo- y un sólo delantero, por poner nombre a algo que no existió en Francia.
Como siempre, el dibujo del equipo ganador (4-3-2-1) acostumbra a generar adeptos, pero en este caso no ganó un modelo concreto. Se profundizó un poco en el 3-4-3, defendido por Argentina e Inglaterra y practicado por clubes italianos, con lo que eso significa como moda. Pero nada abogó por un sistema triunfante. En este sentido, el Mundial ha sido un laboratorio con pocas enseñanzas objetivas.
El fútbol fue discreto en la mayoría de las ocasiones. Se elevó algo el vuelo con respecto a los Mundiales de Italia (probablemente el más lujoso en el capítulo organizativo y el peor en lo futbolístico) de EE UU, donde el calor se añadió al cálculo, con un resultado bastante catastrófico. El tono medio fue discreto y el número de partidos inolvidables, muy escaso. Un partido imperfecto, pero maravilloso por lo emotivo, fue el Inglaterra-Argentina, con la aparición de Owen, los dos penaltis, la expulsión de Beckham, la prórroga y la rueda de penaltis. Todo eso en medio de una atmósfera vibrante.
La final decepcionó porque no hubo partido. Y si lo hubo, lo hizo en una sola dirección, la que marcó Francia ante un vergonzoso Brasil. Los síntomas de podredumbre en el juego brasileño se habían atisbado frente a Escocia, Noruega, Chile, Dinamarca y Holanda.
Brasil no jugó. Se puso en manos de tal o cual estrella y salvó trámites que no mereció pasar. Al menos, su derrota tendrá un efecto positivo. Su victoria habría significado la desnaturalización de su fútbol en favor de un contenido defensivo, cauteloso y demasiado hermético para la fértil imaginación de sus jugadores.
El fútbol lo protagonizó Holanda, con dos aspectos muy interesantes y con una evidencia indiscutible: es un equipo sufriente en el capítulo defensivo. Lo más notable de Holanda fue su carácter herético. En un tiempo en el que el balón se ha convertido en un problema, los holandeses lo utilizan como una solución en todos los frentes. Incluso para defender. Se defienden a través de la posesión de la pelota. Todos sus partidos tuvieron excelentes rasgos, con momentos memorables frente a Yugoslavia y Argentina y con la convicción extrema que demostró en la semifinal ante Brasil. A Holanda sólo le faltó gol.
En el apartado táctico, Holanda también corrió contracorriente. Si la mayoría de los equipos jugaron con dos delanteros, alistaron a un amplio número de centrocampista y dieron preponderancia al talento del volante de enganche (Zidane es el ejemplo), Holanda interpretó otro modelo. Lo importante era desembocar en los extremos, Overmars y Ronald de Boer, dos jugadores magníficos que dieron un curso de inteligencia. Como siempre el Mundial significa jugadores. Terminó una era, la de Romario, Stoichkov, Hagi y Baggio, triunfadores en el Mundial de EE UU. En Francia se ha asistido al carácter emergente de una nueva generación, desde el jovencísimo Owen hasta Zidane, 26 años, pero novato en el Mundial. En este abanico se encuadran el chileno Salas, el italiano Vieri, el francés Henry y Ronaldo, naturalmente. Aunque su prestigio salió muy dañado tras la final, la categoría de Ronaldo es indiscutible. Pero ha llegado a un punto crucial. Comiienza a estar presa de demasiadas tensiones. La voracidad mercantilista del fútbol actual consume a Ronaldo de manera visible: juega más partidos que nadie, protagoniza más anuncios que nadie, genera más información que nadie, descansa menos que nadie. A Ronaldo le están alejando del fútbol.
El análisis del Mundial pasa por la constatación de que algunas viejas potencias están en situación de crisis: Italia, Alemania y Argentina, especialmente. África no despegó, o peor aún entró en estado de regresión. Lo de España es otra cosa. Su fracaso fue estrepitoso. Cuesta creer que la selección española haya desaprovechado tanto talento para salir eliminados en la primera fase. El desastre se consumó por la impericia del seleccionador, que se empeñó en alimentar conflictos que sólo sirvieron para distraer a los jugadores. Clemente cerró su época como seleccionador. Pero los futbolistas no pueden ocultar su cuota de responsabilidad. No estuvieron a la altura de su prestigio y nadie fue capaz de apartarse del discurso único de Clemente. Faltó personalidad en el entrenador, en los futbolistas y los dirigentes, que sigue donde estaban hace tres semanas: sin tomar decisiones, paralizados, en plan "don Tancredo".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.