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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La hora de la firmeza

LA CRÓNICA del Ulster, que en los últimos meses ha abierto un camino, por incierto que sea, hacia la paz y la normalización política, fue sacudida ayer brutalmente por una tragedia que recuerda los peores tiempos: tres niños murieron abrasados al ser incendiada con cócteles mólotov la vivienda de una familia católica en la ciudad de Ballymoney, de mayoría protestante.Las autoridades y la población que rechaza esta violencia deben hacer lo posible por evitar una escalada que muchos temían en el contexto de las marchas organizadas durante estos días por la comunidad orangista. El acuerdo de paz tan trabajosamente obtenido en Stormont, y refrendado luego en las urnas, primero por vía de referéndum y luego mediante la elección de una asamblea mayoritariamente moderada, corre peligro de irse a pique con sucesos como éste, que se alimentan de una estrategia de confrontación como la protagonizada por los orangistas con su acampada frente a la población católica de Portadown.La temporada de marchas de la muy protestante Orden de Orange y otras hermandades genera un clima propicio al sectarismo, que se calentó con quemas de iglesias y viviendas de católicos, contestadas en parte, y que ayer llevó a la muerte de los tres niños. Este acto de barbarie debería llevar a las partes a la reflexión para evitar la vuelta a la violencia sectaria, y eventualmente al terrorismo, que los norirlandeses rechazaron en las urnas al aprobar por un 71% los acuerdos de Stormont. Pero los más duros de los orangistas siguen empeñados en querer desfilar por Garvaghy Road en Portadown, pese a la prohibición de la independiente Comisión de Desfiles, reiterada ayer, y la presencia de soldados británicos y policías. De poco han servido, hasta ahora, los esfuerzos de mediación personales de Blair o de su valiente ministra para Irlanda del Norte, Mo Mowlam, o los llamamientos del recién estrenado ministro principal norirlandés, David Trimble. Los radicales protestantes que siguen a Ian Paisley y a otros que siempre han rechazado la negociación creen que sólo echando abajo el acuerdo sobrevivirán.

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Tras ocho días de tensar la cuerda, hoy puede ser un día clave, pues se cumple el límite fijado por los manifestantes para marchar por Garvaghy Road y otra calle católica en Belfast. En la sombra que arrojaban ayer los tres pequeños ataúdes, algunos de los propios dirigentes orangistas, como el reverendo William Bingham, han apelado a la suspensión de las marchas. Los residentes católicos afectados pueden verse tentados a aceptar el paso protestante para evitar un mal mayor.

Pero ha llegado la hora de mostrarse firmes frente a los extremistas. Blair, apoyado en su aplastante mayoría parlamentaria y con el respaldo activo que le presta Clinton, debe defender a rajatabla la ley y los principios que alimentan el acuerdo de Stormont. La gran novedad sería que Londres, por vez primera en mucho tiempo, pusiera firmes a los unionistas más intransigentes, y a partir de ahí y de las nuevas instituciones norirlandesas, se generase un verdadero diálogo entre las dos comunidades.

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