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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Encrucijada en Nigeria

LA MUERTE de dos hombres ha dado en un mes un vuelco al paisaje político de Nigeria, el gigante de África occidental. El 8 de junio fallecía de un ataque cardiaco el dictador Sani Abacha, un general que ensangrentó el país y lo convirtió en un lazareto. Este martes, aparentemente por la misma causa, ha muerto Moshood Abiola, el único opositor de talla nacional, encarcelado desde 1993 por reclamar la victoria en las presidenciales de ese año, anuladas por el Ejército.Ambos fallecimientos, el del déspota militar y el del político que mejor encarnaba una posible alternativa civil en el crispado panorama nigeriano, colocan al país más poblado de África en un rumbo nuevo e incierto. El general Abdulsalam Abubakar, jefe de la junta militar que controla el poder, disolvió ayer el Gobierno nominal y pidió calma al país tras lamentar la muerte del jefe opositor cuando iba a ser excarcelado. Pero no ha dado ninguna pista sobre sus intenciones. Una veintena de personas han perecido en los disturbios que han seguido a la muerte de Abiola, provocados por sus partidarios en la región de Lagos; no se creen la versión oficial, pendiente de confirmación por el grupo internacional de forenses que hará la autopsia del millonario musulmán de 60 años.

La turbulenta, desesperadamente pobre y potencialmente rica Nigeria ha estado bajo las botas militares las tres cuartas partes de su vida como Estado independiente desde 1960. Los soldados han protagonizado una represión inmisericorde sobre una fragmentada oposición sin un ideario común, y han instaurado el paraíso de la cleptocracia. El general Abubakar, su último hombre fuerte, embarcado en un incipiente cambio para sacar a Lagos del pozo tras los cinco años sangrientos de Abacha, acaba de prometer al secretario general de la ONU la liberación de todos los presos políticos, que suman varios centenares.

Del proceso liberalizador que se espera de Abubakar, y cuyo teórico desenlace es la entrega del poder a los civiles este mismo año mediante elecciones, formaba parte la liberación de Abiola. La muerte del líder opositor se produjo cuando se entrevistaba con una delegación estadounidense llegada a propósito para perfilar el tránsito hacia un Gobierno democrático, requisito exigido por Washington para levantar las sanciones. Es difícil imaginarse a Nigeria con los militares en los cuarteles; su corta historia como Estado soberano está empedrada de promesas rotas. Pero el destino ha colocado al general Abubakar ante la posibilidad de redimir una amarga memoria colectiva.

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