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Maestros de la enseñanza

Carmen Morán Breña

No hubo togas ni birretes. Ni siquiera indumentaria de protocolo. Pero allí estaban la flor y nata de la Universidad de Sevilla, en un pequeño y oscuro salón de actos de la Facultad de Económicas, celebrando que, por primera vez, la institución académica les premiaba su labor como docentes. En 1994 los alumnos evaluaron por última vez a los profesores de la Universidad en su conjunto. De aquel examen salieron los 25 profesores -catedráticos, titulares, asociados y ayudantes- a quienes sus estudiantes dieron la nota más alta. Un diploma cerrado con una cinta roja les recordará siempre que además de investigadores han sido maestros de varias generaciones de alumnos y que su huella permanece indeleble en muchos de ellos. "Lo voy a enmarcar, porque los alumnos son lo más importante de mi vida, me han dado las mejores satisfacciones durante los 15 años de profesión", decía María Dolores Wenger, una de las profesoras del club de los galardonados. El titular del vicerrectorado de Calidad, de quien depende el Instituto de Ciencias de la Educación, que organizó el acto, explicó que los profesores premiados "son los que consiguen transmitir mejor sus conocimientos y que los alumnos se sientan bien cuando van a clase". Díez manifestó su intención de que el reconocimiento público se repita periódicamente, aunque matizó que los profesores condecorados no son los únicos buenos de la Universidad. La sintonía con los estudiantes se consigue, según dicen estos profesores, con dedicación, preparando las clases, innovando, conociendo las necesidades del alumnado... ¿Dónde lo aprendieron? En algunos es el resultado de imitar a otros profesores que despertaron en ellos la ilusión por enseñar y de quienes adquirieron parte del método. Pero hay un ingrediente intangible, difícil de medir y de transmitir a otros profesores, una especie de don o de vocación por la enseñanza innatos que todos ellos parecen tener. Esteban de Manuel tiene 33 años y lleva ocho dedicado a las aulas. Imparte clases de Expresión Gráfica Arquitectónica. El diploma que le concedieron ayer "es la mayor satisfacción" que ha recibido como profesor. "Estoy más a gusto en la Universidad que cuando era estudiante. Tropiezo con antiguos alumnos y siempre encuentro un saludo cariñoso, algunos son amigos míos. Esto es más gratificante que un premio de investigación. Los alumnos me felicitaron cuando se enteraron y además he conseguido eliminar en gran medida el fracaso universitario que tenía la asignatura". Para Eva María Bravo el secreto está en "dedicarle tiempo y ganas, en transmitir entusiasmo hacia la asignatura, que el alumno se sienta atendido y considerado como persona". Cercanía es la palabra clave. "Tengo buena comunicación con ellos, hay que estar siempre disponible, también fuera de clase", explica Paco Bedoya, que da clases en la Facultad de Medicina. No son perfectos. Las dudas les asaltan a menudo. ¿Debo subir o bajar el nivel? ¿Tengo que formar hombre cultos con algún conocimiento técnico o grandes técnicos con un barniz cultural? Sólo una cosa parece evidente. En el punto medio está la virtud, y premiar la labor docente, aunque sea en un acto sin togas, es equilibrar la balanza universitaria, tradicionalmente inclinada hacia la investigación. Como si de una fiesta de graduación se tratara, los profesores dejaron el oscuro salón y salieron a la calle. Se colocaron en la escalinata y lanzaron sus diplomas al aire. Han aprobado su asignatura.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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