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Viejos anuncios

El chiste está en recordar las cosas poniendo a prueba la memoria, que suele ser algo perfectamente inútil, si bien proporciona pueriles satisfacciones. Vivimos ahora, en este país nuestro, la era mediática, en que la oferta desborda a la demanda y la necesidad nunca es situación urgente y justificada. Claro que no siempre fue así, aunque las trazas indican que acabaríamos donde estamos. El buen paño esperaba pacientemente su destino, como si las cosas estuvieran hechas para las personas y no al revés, tal cual sucede.En tiempos que duraron siglos, el hombre llegó a inventar las ferias y los mercados, donde reúne los bienes que, quienes pueden, se llevan a su casa. Los llegados a una alta edad -que algunos consideran incluso excesiva- caemos en la debilidad de convocar antiguos recuerdos y los rememoramos con ternura. Ignoro si puede situarse temporalmente el momento preciso o aproximado en que se generaliza la producción en serie de los bienes de consumo, hito de importancia pareja a la de haberse convertido el ser humano en individuo carnicero. La ruta de la seda debió ser el antecedente más remoto, al cambiarse el concepto de ropa que cubre desnudeces y protege de la inclemencia, porque, por muchos pliegues que le echaran a la clámide y a la toga los ancestros babilonios, egipcios y griegos, estaban lejos aún los tiempos del corte y la confección de la indumentaria.

Lo que hoy es el inconmensurable mundo de la publicidad tiene el nexo más decidido en la radio. Algo repetido mil veces acaba incorporándose al entorno de manera imprescindible. En política se cosecharon muchas voluntades con idéntico planteamiento. Una cosa, verdad o mentira, se acepta tras haberla escuchado suficientemente. De aquellos años veinte y treinta perdura el sonsonete de los más memorables mensajes radiofónicos: "Carmena se llama el sastre/ que viste a la gente bien./ Hace trajes y hace abrigos/ como muy pocos se ven". ¿Qué ha sido de Carmena, que ni rastro dejó en las páginas amarillas? "Para otoño madrileño,/ gabardinas Butragueño", proclamaba con ufanía el digno tendero. Los niños comenzaron tímidamente a ser los reyes de la casa y capítulo considerable en el presupuesto: "¡Qué guapo va Pepito!/ Ya lo ves,/ siempre le visto en El Bebé Inglés,/ Galdo, 3". Sin vestigios, en esta calle, una de las más cortas del centro de Madrid.

Otro signo de madura distinción vial eran las carretelas de la granja Poch, tiradas por hermosos y lucidos percherones que distribuían con repiqueteo de cascos y cascabeles una leche que ya no era la que se despachaba en los muchos establos que hubo por la ciudad, impregnando de tibio aliento animal y de fiemo fermentado muchas esquinas. Con espaciosas zancadas recorría las calles céntricas el gigante de la sastrería Flomar; le pude contemplar de cerca, pues desviaba, para pelar la pava con alguna vecina de las discretas fachadas que daban al Museo de Artillería. Soportó cierta competencia por parte de unos hombres menudos, de bridados ojos y tez oscura, que vendían "Colares a peleta"; quizá la Cámara de Comercio les imputaba conexiones con el peligro amarillo, algo de lo que se hablaba por doquier y nadie supo en qué consistía. La leche, el sifón y, como cabía esperar, el vino. "Un buen vino, el de Jerez./ Y si es González Byass,/ mucho mejor todavía". La enología estaba en pañales, referente a la propaganda masiva. Se llevaba la palma El Gaitero. Aún permanecía en el limbo la coca-cola, y, entre nosotros, se apagaba la sed con agua de cebada, zarzaparrilla, horchata de chufas y la fresca y deliciosa linfa de Santillana o La Fuentecilla, en el sudoroso y refrigerado botijo. Agua fina y agua gorda, para paladares exigentes y acalorados. Nunca se insistirá bastante en aquella suprema calidad del agua de Madrid, que se refinaba en los viajes subterráneos y bajaba de la sierra, en el verano, fría como salida del ventisquero. Anunciaban posterior pujanza las colonias, el tónico La Carmela, los polvos Tokalón, el jabón Heno de Pravia. Casi todo se vendía como rosquillas, sin necesidad de sortear viajes al Caribe. La mayoría de lo anunciado era de bastante buena calidad. O sea, como remata de revolera Francisco Umbral.

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